Milonga del juglar
Hoy he sido requerido
para contarles mi vida
(la que no esté ya perdida
por los pliegues del olvido),
y aunque un sabio conocido
escribió que recordar
es lo mismo que apagar
nuestra sed en un sequero,
para templarme prefiero
beber un poco, y cantar.
Como la tierra sujeta
la flor que ha de ser cortada,
como la tela no usada
está en el telar inquieta,
como el aire y la veleta
fingen un baile incesante,
vaya también por delante
mi deseo de estar vivo,
aun con disfraz de cautivo
o de exhausto navegante.
Mientras aviento la escoria
en la fragua del pasado
y con pincel desmochado
voy pintando en la memoria,
me veo en la misma noria
que cualquier hombre o mujer,
pues a todos, al nacer,
nos dan un alma postiza,
a la muerte por nodriza
y un plazo para volver.
De las primeras jornadas
poco se viene a las mientes:
eran de leche los dientes,
de títere las pisadas,
de regaliz las espadas
y el futuro de mentira.
Pero aquel niño aún respira
bajo un nudo de corbata,
y es capaz de una bravata
si hay un necio que conspira.
La mocedad la pasé,
obviamente, moceando
a deshoras y estudiando
para ser ―y ya no sé
si algún día lo seré―
profesor de culturilla;
y cuando alguna cuartilla
se encallaba en el taller,
me bastaba con oler
de Góngora una morcilla.
Fueron pasando los años,
los parientes, los vagidos,
los libros más escondidos,
los amigos más extraños,
los daños, los desengaños,
las añadas… Y un buen día
a mi loca fantasía
se le antojó dar a luz,
aunque no soy andaluz,
un libro de poesía.
Y así, sin venir a cuento,
un popular guionista
(¡fue portada de revista!),
admirador de mi acento,
me levantó un monumento
entre condón y condón.
No sé si el buen Cicerón
pensó en tamañas licencias:
estas son las consecuencias
de la mala educación.
Hoy, prescritas tres edades,
tengo pocas aficiones.
Darme algunos madrugones,
callar algunas verdades
y atiborrar soledades
son todos mis menesteres.
Ya no ansío más placeres
que saciar el apetito
y dormir como un bendito
entre todas las mujeres.
No es que pretenda burlarme:
el mundo es una materia
tan tremendamente seria,
que río para engañarme.
Y por si quieren llamarme,
poeta de la insolvencia,
sin resabio ni experiencia
de la gramática parda,
lego la Letra bastarda
a toda la concurrencia.
Y aquí va la despedida,
que no es pequeña jarana
disfrutar de otra mañana,
aunque sea merecida:
Cuando se achique mi vida,
cuando no haya sino ayer,
cuando deje de beber
y esté mi cuerpo en la caja,
que aproveche esta migaja
al que la quiera leer.
Autor
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Nacimiento autor: 1961Fallecimiento autor: No aplicaGénero: Hombre