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¡Qué bien estoy aquí!. Juan L. Ortiz. Obra completa. 1924.
¡Qué bien estoy aquí…!
¡Qué bien estoy aquí,
a lo largo tendido
del “perezoso”, al lado de tu sueño:
tu blancura, otro quieto resplandor bajo la luna!
Las estrellas están
dulcemente solemnes
en un encantamiento de ojos lentos,
y el cielo dice un gris apenas azulado.
La noche murmura como una arboleda
invisible.
Música de grillos,
sutilmente agria,
tan numerosa que es urdimbre tenue.
Un pájaro canta:
¡oh, agua del escondido río
que gorgotea en la noche,
soledad cristalina corrida de frescores!
¡Cómo estará el río!
Sombra obscura de sauces sobre el agua argentada,
quieta como otro cielo engastado y más íntimo,
un rumor que es apenas en follajes azules,
y el canto del cachilo que al paisaje confía
un delgado secreto de brisa y de agua insomnes.
Luna. Juan L. Ortiz. Obra completa. 2005.
Luna
Luna,
qué hechizo
extraño
y qué maleficio
sutil,
hace esta pena
mía,
en tu palidez
una melodía?
Es que tú eres luna
música secreta
de una luz de alma,
la más suave música
para el corazón:
digo un llanto tenue
de no sé qué plantas
cuyo vago encanto
dulcemente suspende las flores y la noche.
Melodía luna,
mi corazón es todo de suspiros,
dolido en tu nostálgico infinito.
Con una claridad de.... Juan L. Ortiz. Obra completa. 2005.
Con una claridad de…
Con una claridad de infancia se alegra la mañana
en un recuerdo impreciso de campo y cielo azul.
Nubes de humo irisado abren paso a la luz
que viene
como una novia a los quince años.
Luciérnagas. Juan L. Ortiz. Obra completa. 1947.
Luciérnagas…
Por entre las luciérnagas hacia el río flotamos,
pues la sombra está toda de pupilas viajeras.
Y en el río, oh amiga, llamas hondas y móviles.
¿Qué puerto aparecido?
La alta fiesta celeste sumergida
bajo el encantamiento de las chispas aladas:
luciérnagas, luciérnagas, todavía en el río!
El Aguaribay florecido. Juan L. Ortiz. Obra completa. 1951.
El aguaribay florecido
Muchachas de ojos de flores y de labios de flores.
En la sombra exhalada —¿de qué su dulce hálito?—
los vestidos ligeros, muy ligeros, con pintas.
Arde de abejas el aguaribay, arde.
Ríen los ojos, los labios, hacia las islas azules
a través de la cortina
de los racimos
pálidos.
Ríen los ojos, los labios. ¿Veis las muchachas o es
la tenue sombra ebria
y bordoneada
que se alucina de muselinas claras
y de otras flores vivas —extrañas flores vivas—
riendo, riendo, riendo hacia las islas?
Muchachas de ojos de flores y de labios de flores.
Arde de abejas el aguaribay, arde.
Claridad, claridad. Juan L. Ortiz. Obra completa. 1924.
Claridad, claridad
Claridad, claridad.
Forma ligera y profunda
de la dicha.
En un sueño de dicha
juegan aquellos niños.
Claridad.
Sueño de la plenitud
lleno a la vez de los sueños
transparentes del agua,
abiertos a otro abismo
aún más puro.
No era necesario. Juan L. Ortiz. Obra completa. 1947.
No era necesario…
No era necesario mirar el cielo ni las ramas.
Aquí te vi, en la tierra pura, en la tierra desnuda.
Aquí te vi, espíritu primaveral, danzar o arder serenamente como la alegría sin nombre,
transparencia imposible de una dicha flotante sobre el polvo.
Aquí te vi, niña fantasmal de velos diáfanos, en el mediodía inexistente.
No era necesario mirar el cielo ni las ramas.
Nana de Sevilla. Federico García Lorca. Colección de canciones populares españolas. 1931.
Este galapaguito
no tiene mare
No tiene mare, sí No tiene mare, no
Lo parió una gitana,
lo echó a la calle
Lo echó a la calle, sí Lo echó a la calle, no
Este niño chiquito
no tiene cuna
No tiene cuna, sí No tiene cuna, no
Su padre es carpintero
y le hará una
Y le hará una, sí Y le hará una, noLa canción es de origen popular, pero fue musicalizada para voz y piano por Federico García Lorca e interpretada por él mismo junto a La Argentinita, nombre artístico de Encarnación López, para el disco Colección de canciones populares españolas (La Voz de su Amo, 1931). Esta grabación hizo que la nana se popularizara hasta nuestros días.
Los cuatro muleros. Federico García Lorca. Colección de canciones populares españolas. 1931.
De los cuatro muleros,
que van al campo,
el de la mula torda,
moreno y alto.
De los cuatro muleros,
que van al agua,
el de la mula torda,
me roba el alma.
De los cuatro muleros,
que van al río,
el de la mula torda,
es mi marío.
A qué buscas la lumbre
la calle arriba
si de tu cara sale
la brasa viva.
La canción es de origen popular, pero fue musicalizada para voz y piano por Federico García Lorca e interpretada por él mismo junto a La Argentinita, nombre artístico de Encarnación López, para el disco Colección de canciones populares españolas (La Voz de su Amo, 1931).
El lugar del crimen. Luis García Montero. Poemas de tristia. 1982.
Más allá de la sombra
te delatan tus ojos,
y te adivino tersa,
como un mapa extendido
de asombro y de deseo.
Date por muerta
amor,
es un atraco.
Tus labios o la vida.
[Tú me dueles, amor, pero te canto]. Javier Egea. Paseo de los tristes. 1982.
Tú me dueles, amor, pero te canto
y es el gusano que en la carne horada,
no torbellino sino abrazo lento,
sí razón o temor, sí bárbaro camino.
Se trata del poema inicial de Paseo de los tristes, libro con el que Egea obtuvo el Premio Juan Ramón Jiménez. En este breve poema podemos encontrar, al igual que en el resto del libro, una pulsión entre el amor -o desamor- y la muerte, representada en este caso por «el gusano que en la carne horada». La lucha entre eros y tanatos se presenta mediante elementos tan antagónicos como el canto y el gusano, identificados ambos como efectos que surgen ante la experiencia amorosa.
Canción de una gentil dama y un rústico pastor. Anónimo. Flor nueva de romances viejos. 1928.
—Pastor, que estás en el campo
de amores tan descuidado,
escucha a una gentil dama
que por ti se ha desvelado.
—Conmigo no habéis hablado,
responde el villano vil;
tengo el ganado en la sierra,
y a mi ganadico me quiero ir.
—Pastor, que comes centeno,
y usas cuchara de palo,
si tomaras mis amores,
comieras pan de regalo.
—A buen hambre no hay pan malo,
responde el villano vil;
tengo el ganado en la sierra,
y a mi ganadico me quiero ir.
—Pastor, que estás avezado
a dormir en la retama,
si te casaras conmigo,
tendrías gustosa cama.
—Vete a esotra puerta y llama,
respondió el villano vil;
tengo el ganado en el monte,
con mi ganadico voy a dormir.
—Deja la sierra y su nieve,
que tu frío me da pena;
ven, caliéntate a mi fuego,
tendrás una noche buena.
—Mal se os guise la cena,
responde el villano vil;
tengo el ganado en la sierra,
y a mi ganadico me quiero ir.
—Mi ganadico y el tuyo
pastarán en prado llano;
juntos han de retozar
largas siestas del verano.
—Mas que te muerda un alano,
respondió el villano vil;
bien se está el mío en la sierra,
y el tu ganadico en su buen redil.
—Tres viñas de tierra buena
te daría en casamiento,
una haca y un jumento;
cabras cien y una colmena.
—Nunca llueve como truena,
respondió el villano vil;
tengo el ganado en la sierra,
y a mi ganadico me quiero ir.
—Entenderme tú no quieres;
nos des prisa en ir al hato;
comerás, pues te convido,
de mi misma te hago el plato.
—No quiero pagar el pato,
respondió el villano vil;
bástame comer mis migas,
y a mi ganadico tengo de ir.
—Más es que la de la nieve
de mi cuerpo la blancura;
rostro de leche y coral;
delgadita en la cintura.
—Mucho bueno poco dura,
responde el villano vil;
tengo el ganado en la sierra,
y a mi ganadico me quiero ir.
—El cuello tengo de garza,
los ojos de un esparver,
las teticas agudicas,
que el brial quieren romper…
—No me puedo detener
por más que tengas ahí.
Mi ganado está en la sierra,
y a mi ganadico tengo de ir.
Desecha de la dama,
que dice con enojo:
—¡Oh, malhaya el vil pastor
que dama gentil le ame
y le requiebre de amores,
y él se vaya aunque le llame!
—El buey suelto bien se lame,
respondió el villano al fin,
y por más que me dijeres,
con mi ganadico me quiero ir.
Se ha transcrito la edición digitalizada de PubliConsultingMedia: https://www.publiconsulting.com/wordpress/flornueva/chapter/la-dama-y-el-pastor/
Fábula y rueda de los tres amigos. Federico García Lorca. Poeta en Nueva York. 1940.
Enrique,
Emilio,
Lorenzo.
Estaban los tres helados:
Enrique por el mundo de las camas;
Emilio por el mundo de los ojos y las heridas de las manos,
Lorenzo por el mundo de las universidades sin tejados.
Lorenzo,
Emilio,
Enrique.
Estaban los tres quemados:
Lorenzo por el mundo de las hojas y las bolas de billar;
Emilio por el mundo de la sangre y los alfileres blancos,
Enrique por el mundo de los muertos y los periódicos abandonados.
Lorenzo,
Emilio,
Enrique.
Estaban los tres enterrados:
Lorenzo en un seno de Flora;
Emilio en la yerta ginebra que se olvida en el vaso,
Enrique en la hormiga, en el mar y en los ojos vacíos de los pájaros.
Lorenzo,
Emilio,
Enrique.
Fueron los tres en mis manos
tres montañas chinas,
tres sombras de caballo,
tres paisajes de nieve y una cabaña de azucenas
por los palomares donde la luna se pone plana bajo el gallo.
Uno
y uno
y uno.
Estaban los tres momificados,
con las moscas del invierno,
con los tinteros que orina el perro y desprecia el vilano,
con la brisa que hiela el corazón de todas las madres,
por los blancos derribos de Júpiter donde meriendan muerte los borrachos.
Tres
y dos
y uno.
Los vi perderse llorando y cantando
por un huevo de gallina,
por la noche que enseñaba su esqueleto de tabaco,
por mi dolor lleno de rostros y punzantes esquirlas de luna,
por mi alegría de ruedas dentadas y látigos,
por mi pecho turbado por las palomas,
por mi muerte desierta con un solo paseante equivocado.
Yo había matado la quinta luna
y bebían agua por las fuentes los abanicos y los aplausos.
Tibia leche encerrada de las recién paridas
agitaba las rosas con un largo dolor blanco.
Enrique,
Emilio,
Lorenzo.
Diana es dura,
pero a veces tiene los pechos nublados.
Puede la piedra blanca latir en la sangre del ciervo
y el ciervo puede soñar por los ojos de un caballo.
Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas,
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,
abrieron los toneles y los armarios,
destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No. No me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que el mar recordó ¡de pronto!,
los nombres de todos sus ahogados.
Este poema ha sido musicalizado y utilizado en multitud de ocasiones referenciando o citando algunos de sus últimos versos: «Comprendí que me habían asesinado. /[…] No me encontraron».
Estos cobran una simbología especial al haber sido Lorca asesinado en 1936. De esta forma, las musicalizaciones de este poema se desvían del significado de la fábula para hacer un homenaje al asesinato del poeta mediante esta alusión que parece, a día de hoy, un desafortunado vaticinio.
¡Ay, voz secreta del amor oscuro!. Federico García Lorca. Sonetos del amor oscuro. 1984.
¡Ay voz secreta del amor oscuro!
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!
¡Ay noche inmensa de perfil seguro,
montaña celestial de angustia erguida!
¡ay perro en corazón, voz perseguida!
¡silencio sin confín, lirio maduro!
Huye de mí, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.
Deja el duro marfil de mi cabeza,
apiádate de mí, ¡rompe mi duelo!
¡que soy amor, que soy naturaleza!
Asturias. Pedro Garfias. Poesías de la guerra española. 1941.
Asturias, si yo pudiera,
si yo supiera cantarte…
Asturias verde de montes
y negra de minerales.
Yo soy un hombre del Sur
polvo, sol, fatiga y hambre,
hambre de pan y horizontes…
¡Hambre!
Bajo la piel resecada
ríos sólidos la sangre
y el corazón asfixiado
sin venas para aliviarte.
Los ojos ciegos, los ojos
ciegos de tanto mirarte
sin verte, Asturias lejana,
hija de mi misma madre.
Dos veces, dos, has tenido
ocasión para jugarte
la vida en una partida,
y las dos te la jugaste.
¿Quién derribará este árbol
de Asturias, ya sin ramaje,
desnudo, seco, clavado
con su raíz entrañable
que corre por toda España
crispándonos de coraje?
Mirad, obreros del mundo
su silueta recortarse
contra ese cielo impasible
vertical, inquebrantable,
firme sobre roca firme,
herida viva su carne.
Millones de puños gritan
su cólera por los aires,
millones de corazones
golpean contra sus cárceles.
Prepara tu salto último
lívida muerte cobarde
prepara tu último salto
que Asturias está aguardándote
sola, en mitad de la Tierra,
hija de mi misma madre.
Aunque publicado en 1941, el poema fue escrito en 1937 tras la caída de Asturias el 20 de octubre de 1937 en manos franquistas, pero en su texto se evoca también la revolución de 1934 y la cruel represión posterior a manos del gobierno de la República.
Me desperté de nuevo. Javier Egea. --. 2001.
Me desperté de nuevo
entre dos sombras.
No quedaban palabras
en mi memoria.
Con los dedos, a tientas,
las fui palpando:
sus ojos enemigos,
sus secos labios,
el mapa señalado,
los hondos cráteres,
corazones escritos
con soledades.
A su fiel prisionero
siempre velando
mis compañeras sombras
de tantos años.
Ellas, que me robaron
la luz de un sueño,
ya no piden rescate
por mi secuestro.
Javier Egea (2011). Poesía completa. (Vol. 1), Manuel Rico (pról.), José Luis Alcántara y Juan Antonio Hernández García (eds.), 120. Madrid: Bartleby.
El poema apareció en una plaquette: Javier Egea (2001). Me desperté de nuevo. Granada: La Tertulia, como se indica en Javier García Jaramillo, La poesía de Javier Egea, 168, n. 325. Granada: Zumaya.
Alguien le dice al tango. Jorge Luis Borges. Para las seis cuerdas. 1965.
Tango que he visto bailar
Contra un ocaso amarillo
Por quienes eran capaces
De otro baile, el del cuchillo.
Tango de aquel Maldonado
Con menos agua que barro;
Tango silbado al pasar
Desde el pescante del carro.
Despreocupado y zafado,
Siempre mirabas de frente,
Tango que fuiste la dicha
De ser hombre y ser valiente.
Tango que fuiste feliz
Como yo también lo he sido,
Según me cuenta el recuerdo,
Que está hecho un poco de olvido.
Desde ese ayer, cuántas cosas
A los dos nos han pasado;
Las partidas y el pesar
De amar y no ser amado.
Yo habré muerto y seguirás
Orillando nuestra vida;
Buenos Aires no te olvida,
Tango que fuiste y serás.
Borges eliminó este poema de la segunda edición del libro, publicada en 1970 en la misma editorial.
Supervivencia y degeneración del mito. Javier Salvago. Volverlo a intentar. 1989.
Abrir los ojos a otro viejo día,
a un mundo viejo y demasiado usado.
Darle los buenos o los malos días,
entre bostezos, a la vieja vida
sin entusiasmo.
Hacer lo mismo. Repetir las mismas
palabras huecas y los mismos pasos
para lo mismo. Soportar las mismas
humillaciones con las mismas miras
y el mismo pago.
Subir la misma roca por la misma
penosa cuesta, como escarabajos,
igual que ayer, un día y otro día.
Subir la cuesta y al llegar arriba,
de vuelta abajo.
Y abrir los ojos a otro viejo día
y no poder (y no querer) cerrarlos.
De la virtud del ave solitaria. Ángeles Mora. La dama errante. 1990.
Aunque quiso ocultarlo,
ella vino a quedarse.
Sin billete de vuelta
y hasta sin equipaje.
Lo supe en sus ojeras,
su pelo desteñido.
Me miró solamente.
Sin hablar me lo dijo.
Ella vino a quedarse.
Y ahora vive conmigo.
Ángeles Mora (2005). Antología poética. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Disponible en línea: https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/antologia-poetica–57/html/00798496-82b2-11df-acc7-002185ce6064_2.html#I_32_ [24/02/2023].
Uno de mayo. Luis García Montero. En pie de paz. 1985.
a Horacio Rébora
Mi tango has sido tú. Recuerdo que te he escrito
con la mejor ginebra que dio mi corazón.
Contigo la tristeza fue quizá menos triste,
la soledad tan sólo una mala canción.
Recuerdo que he llevado tu nombre a los suburbios
y he visto cómo el tiempo te convirtió en papel.
Inquieta como un trozo de amor bajo la lluvia
recuerdo haberte visto temblar sobre mi piel.
Vivimos codo a codo, nada nos enturbiaba,
en tus ojos la luna parecía charol.
La ciudad nos miraba con su mejor sonrisa,
con tu mejor misterio desde aquella pensión.
A ti te he dedicado mis únicos desvelos
y las dudas que uno sólo siente una vez.
Detrás de cada esquina siempre estaba mi abrazo
estrechándote fuerte, esperándote fiel.
Después llegó el destino vestido de uniforme,
nos separó de un golpe y me arrojó hacia el mar.
Pero te llevo ahora mezclada con mi sangre,
uno jamás olvida tu nombre, libertad.
Luis García Montero (2021). Poesía completa (1980-2017), Juan-Carlos Mainer (pról.), Antonio Jiménez Millán (epíl.), 951. Barcelona: Austral.
El poema se publicó con anterioridad en VV. AA. (1982). Granada / tango. Libro para bailar con las ciudades y en solidaridad con nosotros mismos. Horacio Rébora [La Tertulia]: Granada.
"Espumas de la escollera...". Javier Egea. 1917 versos. 1987.
A Rafael Alberti
Si Garcilaso volviera,
yo sería su escudero;
que buen caballero era.
RAFAEL ALBERTI
Espumas de la escollera,
Puerto de Santa María,
si Garcilaso volviera
yo sé que preguntaría
por su joven escudero
que quiso ser marinero
y se quedó en tierra un día.
Si Garcilaso volviera
seguro que encontraría
sus armas tan bien veladas
que entre claveles y espadas
le entregaría su arnés
y el luminoso vigía
del pueblo de la poesía
yo sé que respondería:
¡qué buen camarada es!
XV. Luis García Montero. Diario cómplice. 1987.
Tu corazón, cerrado por reformas,
vagando va en la música
sin querer contestarme.
Forajido de siempre no resiste
convivir bajo el reino
metal de las palabras.
La mirada que trajo conocía
ese dolor errante
de los barcos nocturnos.
Se convirtió en testigo por decirme
las dudas de mis ojos,
y la canción que esconden.
Es silencio, silencio sin embargo,
vacío encadenado
al rayo de la luna.
¿Qué camino sin cruces, sin kilómetros,
sabrá llevarme a él?
¿Dónde podré encontrarlo?
Luis García Montero (2021). Poesía completa (1980-2017), Juan-Carlos Mainer (pról.), Antonio Jiménez Millán (epíl.), 143. Barcelona: Austral.
Glorias. Juan Gelman. Relaciones. 1973.
¿era rubia la pulpera de Santa Lucía? ¿tenía los ojos celestes?
¿y cantaba como una calandria la pulpera?
¿reflejaban sus ojos la gloria del día?
¿era ella la gloria del día inmensa luz?
son preguntas inútiles para este invierno
no se las puede echar al fuego para que ardan
no sirven para calentarse en el país
no sirven para calentar al país helado de sangre
por una sábana de luz iría la pulpera santa de voz
graciosamente moviendo sus alrededores sus invitaciones
y el olor de sus pechos y la penumbra de sus pechos
hacían bajar el sol sobre la pampa bajaban a la noche como un telón
¿quién no se iba a perder en esa noche? ¿quién no se iba a encontrar allí mesmo pasando
su furia por la suavidad que la pulpera fundó?
horas se podría estar contando esta historia y otras parejamente tristes
sin calentar un solo gramo del país sin calentarle ningún pie
¿acaso no está corriendo la sangre de los 16 fusilados en Trelew?
por las calles de Trelew y demás calles del país ¿no está corriendo esa sangre?
¿hay algún sitio del país donde esa sangre no está corriendo ahora?
¿no están las sábanas pegajosas de sangre amantes?
¿y llena de sangre la pulpera y sus ojos celestes ahogados en sangre?
¿y la calandria hundida en sangre y la gloria del día
con las alas empapadas de sangre sin poder volar?
¿no hay sangre en la penumbra de tus pechos amada?
¿y dónde no la hay esa sangre caída de los 16 fusilados en Trelew?
¿y no habría que ir a buscarla?
¿y no se la habría de oír en lo que está diciendo o cantando?
¿no está esa sangre acaso diciendo o cantando?
¿y quién la va a velar? ¿quién hará el duelo de esa sangre?
¿quién le retira amor? ¿quién le da olvido?
¿no está ella como astro brillando amurada a la noche?
¿no suelta acaso resplandores de ejército mudo bajo la noche del país?
con sangre verdaderamente están regando el país ahora
oh amores 16 que todavía volarán aromando
la justicia por fin conseguida el trabajo furioso de la felicidad
oh sangre así caída condúcenos al triunfo
como calandria de sus pechos caía y
como sangre para apagar la muerte y
como sangre para apagar la noche y
como sol como día
Cambios. Juan Gelman. Relaciones. 1973.
“no olviden los orgullosos/que cuando a la tumba vayan/allí lo mismo se rayan/humildes y poderosos”
pero nosotros no solamente queremos la igualdad en la muerte
también queremos la igualdad en la vida
queremos la justicia en vida
¿por qué estaba triste ese peón de ferrocarril en la mañana
apoyado contra la verja de la estación?
¿por qué se le perdía la mirada sin ver a nadie de los que pasaban junto a él?
¿por qué estaba triste ese hombre?
¿por qué hay tantos hombres y tantas mujeres tristes en el país?
¿por qué a cierta hora del día parece que un oleaje de tristeza fuera a arrasar la ciudad?
¿por qué tanta gente sale por sus ojos así o saca por sus ojos tristeza?
¿por qué esa tristeza golpea de noche las ventanas?
estas reflexiones suben en mí
metido en la litera alta de la celda 4 en el pabellón de castigo de la cárcel Villa Devoto
eugenio abajo oye su radio a transistores
un rayo de sol pasea lento por la celda
¿por qué se pasea ese rayo de sol por acá?
eugenio quedó encorvado por las torturas pero no sacaron una sola palabra de él
eugenio es un obrero tierno delicado
no le sacaron una sola palabra
la mujer de eugenio a veces llora sin saber por qué
interminablemente sin saber por qué llora y deja la casa una semana o dos
lo deja a Eugenio una semana o dos
un rayo de sol pasea por la celda ahora
¿y yo? ¿por qué estoy oyendo crepitar la tristeza de eugenio
si sé que hay pocos tan puros como él?
¿entonces su pureza no lo defiende del dolor?
¿a veces se le pierde la mirada sin ver a nadie de los que pasan junto a él?
en las celdas de enfrente
los comunes no tienen litera ni colchón
a medianoche les dan un colchón para dormir
tienen que ir a buscarlo desnudos
los guardiacárceles obligan a los comunes desnudos a correr
tirarse al suelo arrastrarse para buscar el colchón
el invierno no puede calentar las baldosas heladas del pabellón de castigo
eugenio se encorva más todavía cuando el jadeo de los comunes choca contra la puerta de la celda 4
¿esos ruidos tapan las crepitaciones de la tristeza de eugenio?
¿eugenio crepita de furor ahora?
¿la tristeza se congela en pajaritos que arden de furor?
¿en furor va a dar la tristeza de los pobres del mundo?
¿la tristeza de ese peón de ferrocarril dará en furor?
¿un oleaje de furor arrasará la ciudad?
¿arrasará las literas del pabellón de castigo de la cárcel de Villa Devoto?
¿arderán las baldosas heladas del pabellón y los comunes y nosotros?
nosotros no solamente queremos la igualdad en la muerte
también queremos la igualdad en la vida
queremos la justicia en vida
aunque sea corta y larga la muerte
Juan Gelman (2012). Poesía reunida. 1956-2010, Julio Cortázar (pról.), Pere Gimferrer (pról.), 334-336. Barcelona: Seix Barral.
Ruidos. Juan Gelman. Relaciones. 1973.
Esos pasos, ¿lo buscan a él?
Ese coche, ¿para en su puerta?
Esos hombres en la calle, ¿acechan?
Ruidos diversos hay en la noche.
Sobre esos ruidos se alza el día.
Nadie detiene al sol.
Nadie detiene al gallo cantor.
Nadie detiene al día.
Habrá noches y días, aunque él no los vea.
Nadie detiene a la revolución.
Nada detiene a la revolución.
Ruidos diversos hay en la noche.
Esos pasos, ¿lo buscan a él?
Ese coche, ¿para en su puerta?
Esos hombres en la calle, ¿acechan?
Ruidos diversos hay en la noche.
Sobre esos ruidos se alza el día.
Nadie detiene al día.
Nadie detiene al sol.
Nadie detiene al gallo cantor.
Juan Gelman (2012). Poesía reunida. 1956-2010, Julio Cortázar (pról.), Pere Gimferrer (pról.), 331. Barcelona: Seix Barral.
Mi Buenos Aires querido. Juan Gelman. Gotán. 1962.
Sentado al borde de una silla desfondada,
mareado, enfermo, casi vivo,
escribo versos previamente llorados
por la ciudad donde nací.
Hay que atraparlos, también aquí
nacieron hijos dulces míos
que entre tanto castigo te endulzan bellamente.
Hay que aprender a resistir.
Ni a irse ni a quedarse,
a resistir,
aunque es seguro
que habrá más penas y olvido.
Juan Gelman (2012). Poesía reunida. 1956-2010, Julio Cortázar (pról.), Pere Gimferrer (pról.), 82. Barcelona: Seix Barral.
Extrañura. Juan Gelman. Madrugada. 1969.
por la humedad
por esta calle donde
resbalan casos tardes situaciones
y un hombre
grita
hacete hacete
a los vacíos
donde podés aparecer
si sufro
si soy bueno
en esta calle llueve como es natural
y tu vientre está lejos y
a mis manos ya no sé qué decirles
a mis manos ni las puedo mirar
Pasaba algo. Juan Gelman. Poemas. 1969.
Cuando te fuiste, negra,
se me acabó la voz
y no soy yo el que canta,
el que canta es mi dolor.
Aroma de tu pelo,
sombras de tu pasión,
los sauces de tu llanto
se inclinarán
y temblarán
buscándome la voz.
Cuando viniste, negra,
se iluminó mi sangre,
cantaron los gorriones
contra el sol de la tarde.
Cuando te fuiste, negra,
se me acabó la voz
y no soy yo el que canta,
el que canta es mi dolor.
Aroma de tu pelo,
sombras de tu pasión,
los sauces de tu llanto
se inclinarán
y temblarán
buscándome la voz.
Milonga. Julio Cortázar. Salvo el crepúsculo. 1984.
Extraño la Cruz del Sur
cuando la sed me hace alzar la cabeza
para beber tu vino negro medianoche.
Y extraño las esquinas con almacenes dormilones
donde el perfume de la yerba tiembla en la piel del aire.
Comprender que eso está siempre allá
como un bolsillo donde a cada rato
la mano busca una moneda el cortapluma el peine
la mano infatigable de una oscura memoria
que recuenta sus muertos.
La Cruz del Sur el mate amargo.
Y las voces de amigos
usándose con otros.
Notas de Julio Cortázar: «El Tata Cedrón cantó esta milonga con música de Edgardo Cantón. […] Cuando escribí este poema todavía me quedaban amigos en mi tierra; después los mataron o se perdieron en un silencio burocrático o jubilatorio, se fueron silenciosos a vivir al Canadá o a Suecia o están desaparecidos y sus nombres son apenas nombres en la interminable lista. Los dos últimos versos del poema están limados por el presente: ya ni siquiera puedo imaginar las voces de esos amigos hablando con otras gentes. Ojalá fuera así. ¿Pero de qué estarán hablando, si hablan?» (Julio Cortázar (1996). Desde el crepúsculo, 75-76. Madrid: Alfaguara).
Java. Julio Cortázar. Salvo el crepúsculo. 1984.
C’est la java de celui qui s’en va—
Nos quedaremos solos y será ya de noche.
Nos quedaremos solos mi almohada y mi silencio
y estará la ventana mirando inútilmente
los barcos y los puentes que enhebran sus agujas.
Yo diré: Ya es muy tarde.
No me contestarán ni mis guantes ni el peine,
solamente tu olor, tu perfume olvidado
como una carta puesta boca abajo en la mesa.
Morderé una manzana fumaré un cigarrillo
viendo bajar los cuernos de la noche medusa
su vasto caracol forrado en terciopelo.
Y diré: Ya es de noche
y estaremos de acuerdo, oh muebles oh ceniza
con el organillero que remonta en la esquina
los tristes esqueletos de un pez y una amapola.
C’est la java
de celui
qui s’en va—
Es justo, corazón, la canta el que se queda,
la canta el que se queda para cuidar la casa.
Veredas de Buenos Aires. Julio Cortázar. Salvo el crepúsculo. 1984.
De pibes la llamamos la vedera
y a ella le gustó que la quisiéramos.
En su lomo sufrido dibujamos
tantas rayuelas.
Después, ya más compadres, taconeando,
dimos vueltas manzana con la barra,
silbando fuerte para que la rubia
del almacén saliera a la ventana.
A mí me tocó un día irme muy lejos
pero no me olvidé de las vederas.
Aquí o allá las siento en los tamangos
como la fiel caricia de mi tierra.
Nota de Julio Cortázar: «De este texto nació un tango con música de Edgardo Cantón» (Julio Cortázar (1996). Salvo el crepúsculo, 72. Madrid: Alfaguara).
Lluvia. Raúl González Tuñón. Todos bailan. Los poemas de Juancito Caminador. 1935.
a Amparo Mom
Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa.
Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados.
Otras veces cae con furia y uno piensa en los maremotos
que se han tragado tantas espléndidas islas de extraños nombres.
De cualquier manera la lluvia es saludable y triste.
Sus tambores acunan nuestras noches y la lectura corre a su lado por los canales del sueño.
Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban.
No habían desperado todavía al amor, no sabían nada de nosotros.
De nuestro gran secreto.
Ignoraban la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos, la ternura de nuestra fatiga.
Acaso los rostros amigos, las fotografías, los paisajes
que hemos visto juntos, tantos gestos que hemos
entrevisto o sospechado, los ademanes y las
palabras de ellos. Todo, todo ha desaparecido
y estamos solos bajo la lluvia, solos en
nuestro compartido, en nuestro apretado destino,
en nuestra posible muerte única, en nuestra
posible resurrección.
Te quiero con toda la ternura de la lluvia.
Te quiero con toda la violencia de la lluvia.
Te quiero con todos los tambores de la lluvia.
Te quiero con todos los violines de la lluvia.
Aún tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada.
Recién estamos descubriendo los puentes y las casas, las ventanas y las luces, los barcos y los horizontes.
Tú estás arriba, suntuosa y bíblica, pero tan humana; increíble, pero tan real; numerosa, pero tan mía.
Oh, visitante.
Ya es seguro que ningún desvío nos separará.
Iguales luces señaleras nos atraen hacia la compartida vida, hacia el destino único.
Ni en nuestra carne ni en nuestro espíritu nunca pasaremos la línea del otoño.
Porque la intensidad de nuestro amor es tan
grande, tan poderosa, que no nos daremos cuenta
cuando todo haya muerto, cuando tú y yo
seamos dos sombras y todavía estemos pegados,
juntos, subiendo siempre la callejuela sin fin de una pasión irremediable.
Oh, visitante.
Estoy lleno de tu vida y de tu muerte.
Estoy tocado de tu destino.
Al extremo que nada te pertenece sino yo.
Al extremo de que nada me pertenece sino tú.
Sin embargo yo quería hablar de la lluvia,
igual, pero distinta, ya al caer sobre los jardines,
ya al deslizarse por los muros, ya al reflejar
sobre el asfalto las súbitas, las fugitivas luces
rojas de los automóviles, ya al inundar los barrios
de nuestra solidaridad y de nuestra congoja, los
humildes barrios de los trabajadores.
La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor
sea bello y triste, y acaso esa tristeza sea una
manera sutil de la alegría. Íntima, recóndita alegría.
Estoy tocado de tu destino.
Oh, lluvia. Oh, generosa.
Raúl González Tuñón (1977). Poesías, Félix Pita Rodríguez (selección y prólogo), 47-48. La Habana: Casa de las Américas.
Polka de la tarjeta de cartón. Raúl González Tuñón. Primer canto argentino. 1945.
I
¿Quién no conoció el peinado
que usaba Misia Felisa,
su pollera con bordado,
su cara llena de risa,
sus patios con emparrado,
sus fiestas con pericón
y quién no estuvo invitado
“con tarjeta de cartón”?
II
¿Quién no conoció la gloria
de matear bajo la parra
cuando cantaban victoria
los dedos en la guitarra,
cuando el mísero colado
salía por el balcón
porque no estaba invitado
con tarjeta de cartón?
III
Entonces un chorro fino
caía en la canaleta
haciendo su remolino
saltarín en la pileta.
Si faltaban los de al lado
se decía en la reunión
que no estaban invitados
con tarjeta de cartón.
IV
Ah, las reuniones, comadre,
comentadas por semanas.
“Five o’clock tea” de Las Ranas,
de la gente más compadre,
de los que recién llegados
ligaban un ginebrón
porque estaban invitados
con tarjeta de cartón.
V
Reuniones de rompe y raja,
de malevos orilleros
que largaban la baraja
cuando olían entreveros;
chinas empingorotadas
hacían sonar el tacón
porque estaban invitadas
con tarjeta de cartón.
VI
Farolito a Kerosén
del Almacén de Profumo,
mozos que se iban al humo
si les seguía el tren;
moños, cintas, charolados,
puro corte y confección,
porque estaban invitados
con tarjeta de cartón.
VII
Época en que se formaba
corrillo al cantor del Bajo
y Buenos Aires fumaba
cigarrillos “Vuelta Abajo”.
Patios de cielo entoldado
con estrellas de ocasión…
¡Ah, no haber sido invitado
con tarjeta de cartón!
VIII
Polka de cintura fina
y peinado a la banana,
polka que fue la mañana
de la milonga argentina;
ya terminó tu función
y yo nunca te he bailado,
pues nunca estuve invitado
con tarjeta de cartón.
Raúl González Tuñón (1989). Antología poética, Héctor Yánover (ed.), 129-131. Madrid: Visor.
La cerveza del pescador de Schiltigheim. Raúl González Tuñón. La calle del agujero en la media. 1930.
A Edmundo Guibourg y Daniel Sweitzer. París, 1929
Para que bebamos la rubia cerveza del pescador Schiltigheim.
Para que amemos Carcassonne y Chartres, Chicago y Quebec, torres y puertos.
Los blancos molinos harineros y la luz de las altas ventanas de la noche,
encendidas para los hombres de frac y para los ladrones.
Y las islas donde los Kanakas comen plátanos fritos
y bajo las palmeras, entre ágiles mulatas suenan los ukeleles.
Islas, dije, las islas, soles rojos, platillos para Darius Milhaud.
¡Tener un corazón ligero! Vale decir amar a todas las mujeres bellas.
Y una moral ligera, vale decir, andar con gitanos alegres
y dormir en un puerto un ocaso cualquiera y en otro puerto y otro
y andar con suavidad y con desenvoltura de fumador de opio.
Para que a cada paso una mañana o una emoción o una contrariedad
nos reconcilien con la vida pequeña y su muerte pequeña.
Para que un día nos queden unos cuantos recuerdos: es decir estuve,
estuve en tal pasión, en tal recodo. Estuve por ejemplo,
en la feria de Aubervilliers, una mañana, con un trozo de asado,
una amistad tranquila, la mesa clara, el perro, el buen hablar
y afuera, las verduleras de París chapoteando con los zuecos en la nieve.
Para que bebamos la rubia cerveza del pescador de Schiltigheim
es necesario no asustarse de partir y volver, camaradas. Estamos
en una encrucijada de caminos que parten y caminos que vuelven.
Raúl González Tuñón (1989). Antología poética, Héctor Yánover (ed.), 27-28. Madrid: Visor.
La calle del agujero en la media. Raúl González Tuñón. La calle del agujero en la media. 1930.
Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad
y la mujer que amo con una boina azul.
Una calle que nadie conoce ni transita.
Yo conozco la música de un barracón de feria,
barquitos en botella y humo en el horizonte.
Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad.
Ni la noche tumbada sobre el ruido del bar
ni los labios sesgados sobre un viejo cantar
ni el affiche gastado del grotesco armazón
telaraña del mundo para mi corazón.
Ni las luces que siempre se van con otros hombres
de rodillas desnudas y de brazos tendidos.
Tenía unos pocos sueños iguales a los sueños
que acarician de noche a los niños queridos.
Tenía el resplandor de una felicidad
y veía mi rostro fijado en las vidrieras
y en un lugar del mundo era un hombre feliz.
¿Conoce usted paisajes pintados en los vidrios
y muñecas de trapo con alegres bonetes
y soldaditos juntos marchando en la mañana
y carros de verdura con colores alegres?
Yo conozco una calle de una ciudad cualquiera
y mi alma tan lejana y tan cerca de mí
y riendo de la muerte y de la suerte y
feliz como una rama de viento en primavera.
El ciego está cantando. Te digo, amo la guerra.
Esto es simple, querida, como el globo de luz
del hotel en que vives. Yo subo la escalera
y la música viene a mi lado, la música.
Los dos somos gitanos de una troupe vagabunda.
Alegres en lo alto de una calle cualquiera.
alegres las campanas con una nueva voz.
Tú crees todavía en la revolución
y por el agujero que coses en la media
sale el sol y se llena todo el cuarto de sol.
Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad,
una calle que nadie conoce ni transita.
Sólo yo voy por ella con mi dolor desnudo,
sólo con el recuerdo de una mujer querida.
Está en un puerto. ¿Un puerto? Yo he conocido un puerto.
Decir: Yo he conocido, es decir: Algo ha muerto.
Raúl González Tuñón (1977). Poesías, Félix Pita Rodríguez (selección y prólogo), 16-18. La Habana: Casa de las Américas.
Canción del prestidigitador. Raúl González Tuñón. Todos bailan. Los poemas de Juancito Caminador. 1935.
Juancito Caminador…
Murió en un lejano puerto
el prestidigitador.
Poca cosa deja el muerto.
Terminada su función
—canción, paloma y baraja—
todo cabe en una caja.
Todo, menos la canción.
Ponle luto a la pianola,
al conejito, a la estrella,
al barquito, a la botella,
al botellón, a la bola.
Música de barracón
—canción, baraja y paloma—
flor de campo sin aroma.
Todo, menos la canción.
Ponle luto a la veleta,
al gallo, al reloj de cuco,
al fonógrafo, al trabuco,
al vaso y a la carpeta.
Su prestidigitación
—canción, paloma y baraja—
el tiempo humilla y ultraja.
Todo, menos la canción.
Mucha muerte a poca vida.
¡Que lo entierre de una vez
la Reina del Ajedrez
y un poeta lo despida!
Truco mágico, ilusión,
canción, baraja y paloma,
que todo en broma se toma.
Todo menos la canción.
(Transcripción propia a partir del audio de la canción y en contraste con el texto del poema; a falta de fuente escrita, la puntuación y ortografía son estimadas).
Raúl González Tuñón (1989). Antología poética, Héctor Yánover (ed.), 100-101. Madrid: Visor, 1989.
Poema de los dones. Jorge Luis Borges. El hacedor. 1960.
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden
las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esa alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.
Fundación mítica de Buenos Aires. Jorge Luis Borges. Cuarderno San Martín. 1929.
¿Y fue por este río de sueñera y de barro
que las proas vinieron a fundarme la patria?
Irían a los tumbos los barquitos pintados
entre los camalotes de la corriente zaina.
Pensando bien la cosa, supondremos que el río
era azulejo entonces como oriundo del cielo
con su estrellita roja para marcar el sitio
en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.
Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron
por un mar que tenía cinco lunas de anchura
y aún estaba poblado de sirenas y endriagos
y de piedras imanes que enloquecen la brújula.
Prendieron unos ranchos trémulos en la costa,
durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo,
pero son embelecos fraguados en la Boca.
Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.
Una manzana entera pero en mitá del campo
expuesta a las auroras y lluvias y suestadas.
La manzana pareja que persiste en mi barrio:
Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.
Un almacén rosado como revés de naipe
brilló y en la trastienda conversaron un truco;
el almacén rosado floreció en un compadre,
ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.
El primer organito salvaba el horizonte
con su achacoso porte, su habanera y su gringo.
El corralón seguro ya opinaba Yrigoyen,
algún piano mandaba tangos de Saborido.
Una cigarrería sahumó como una rosa
el desierto. La tarde se había ahondado en ayeres,
los hombres compartieron un pasado ilusorio.
Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente.
A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
la juzgo tan eterna como el agua y el aire.
El título original del poema era “La fundación mitológica de Buenos Aires”, pero Borges lo cambió por “Fundación mítica de Buenos Aires”, como el propio autor señala en Jorge Luis Borges (2011). Poesía completa, 85. Barcelona: Lumen.
Milonga de Albornoz. Jorge Luis Borges. Para las seis cuerdas. 1965.
Alguien ya contó los días,
Alguien ya sabe la hora,
Alguien para Quien no hay
ni premuras ni demora.
Albornoz pasa silbando
una milonga entrerriana;
bajo el ala del chambergo
sus ojos ven la mañana,
la mañana de este día
del ochocientos noventa;
en el bajo del Retiro
ya le han perdido la cuenta
de amores y de trucadas
hasta el alba y de entreveros
a fierro con los sargentos,
con propios y forasteros.
Se la tienen bien jurada
más de un taura y más de un pillo;
en una esquina del Sur
lo está esperando un cuchillo.
No un cuchillo sino tres,
antes de clarear el día,
se le vinieron encima
y el hombre se defendía.
Un acero entró en el pecho,
ni se le movió la cara;
Alejo Albornoz murió
como si no le importara.
Pienso que le gustaría
saber que hoy anda su historia
en una milonga. El tiempo
es olvido y es memoria.
Rima CXXVI. Lope de Vega. Rimas. 1602.
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso.
No hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso.
Huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño.
Creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño,
esto es amor, quien lo probó lo sabe.
Stupid Cupid. Luis Eduardo Aute. Animaldos. 1999.
Dios mío,
entiendo que nada
sea gratuito en tu creación.
He logrado entender
la necesidad de lo bueno,
de lo malo,
incluso de lo horrible.
Sólo una cosa no entiendo:
¿era necesaria la necesidad
de tanta necedad?
Este poema apela a Dios preguntándose por el origen de la estupidez como sucede con el poema posterior que reelabora sobre el mismo tema «De todo hay».
De todo hay. Luis Eduardo Aute. No hay quinto aniMaLo : (poemigas y dibujos, 2006-2010). 2010.
Hay dos cosas infinitas: el Universo
y la estupidez humana.
Albert Einstein
De todo hay,
en la viña del Señor:
príncipes en los charcos
y sapos en los palacios,
estrellas en los pozos
y gusanos en las nubes,
payasos en la Academia
y poetas en el circo,
demonios en la Iglesia
y ángeles en el prostíbulo,
señores en la cárcel
y criminales en el Poder,
piratas en el desierto
y camellos en el mar,
murciélagos videntes
y luciérnagas sin luz…
De todo hay,
y bueno es que así sea.
Sólo una cosa
no me cabe en la cabeza:
tantísima sobredosis
de sub-lime
estulticia.
Villancico en Central Park. José Hierro. Cuaderno de Nueva York. 1997.
Mañanicas floridas
del frío invierno
recordad a mi niño
que duerme al hielo.
Lope de Vega
Vistió la noche, copo a copo,
pluma a pluma,
lo que fue llama y oro,
cota de malla del guerrero otoño
y ahora es reino de la blancura.
¿Qué hago yo, profanando, pisando
tan fragilísimo plumaje?
Y arranco con mis manos
un puñado, un pichón de nieve,
y con amor, y con delicadeza y con ternura
lo acaricio, lo acuno, lo protejo.
Para que no llore de frío.
Aunque habitualmente se suele señalar que la publicación original de Cuaderno de Nueva York, donde está contenido este poema, es 1998 (editorial Hiperión), existió una edición anterior en EE. UU. (Ediciones Entre Amigos, 1997).
Junto al mar. José Hierro. Quinta del 42. 1952.
Si muero, que me pongan desnudo,
desnudo junto al mar.
Serán las aguas grises mi escudo
y no habrá que luchar.
Si muero que me dejen a solas.
El mar es mi jardín.
No puede, quien amaba las olas,
desear otro fin.
Oiré la melodía del viento,
la misteriosa voz.
Será por fin vencido el momento
que siega como hoz.
Que siega pesadumbres. Y cuando
la noche empiece a arder,
Soñando, sollozando, cantando,
yo volveré a nacer.
A la inmensa mayoría. Blas de Otero. Pido la paz y la palabra. 1955.
Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos su versos.
Así es, así fue. Salió una noche
echando espuma por los ojos, ebrio
de amor, huyendo sin saber adónde:
a donde el aire no apestase a muerto.
Tiendas de paz, brizados pabellones,
eran sus brazos, como llama al viento;
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.
¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces
en vuelo horizontal cruzan el cielo;
horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.
Yo doy todos mis versos por un hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad. Bilbao, a once
de abril, cincuenta y uno.
[Yo]. Clara Janés. Libro de alienaciones. 1980.
Yo
aún
aquí
la mente
perforada
mientras
tibia
devuelve
la arena
sirenas
al oído
y pulso
a las muñecas
y nudo
a la garganta
El poema aparece en la página 39 de este libro.
[Hay tantísimos caminos]. José Bergamín. Apartada orilla (1971-1972). 1976.
Hay tantísimos caminos
que van a donde no van
que por cualquiera que vayas
todos te equivocarán
Caminos que serpentean
al subir como al bajar
y se tuercen en lo llano
para poderse alargar
Son caminos de silencio;
Caminos de soledad;
Caminos descaminados
Que engañan tu caminar.
Este poema también aparece en Poesías [7 volúmenes], en el tomo Poesía III, Ediciones Turner, 1983-84, p. 73.
Caminando. Nicolas Guillén. Cantos para soldados y sones para turistas. 1937.
A Ñico López
Caminando, caminando,
caminando!
Voy sin rumbo caminando,
caminando;
voy sin plata caminando,
caminando;
voy muy triste caminando,
caminando!
Está lejos quien me espera,
caminando;
quien me busca está más lejos,
caminando;
y ya empeñé mi guitarra,
caminando!
Ay,
las piernas se ponen duras,
caminando;
los ojos ven desde lejos,
caminando;
la mano agarra y no suelta,
caminando.
Al que yo coja y lo apriete,
caminando,
ése la paga por todos,
caminando.
A ése, le parto el pescuezo,
caminando;
y aunque me pida perdón,
me lo como y me lo bebo,
me lo bebo y me lo como,
caminando,
caminando,
caminando!
Endecha española. María Elena Walsh. El buen modo. 1975.
Calles de Puñonrrostro, de la Luna,
de Bordadores y de Mira el Sol,
de Molinos de Viento y las Hileras,
de la Flor Alta, de ¡Válgame Dios!
Mi Glorieta del Ángel Caído, en el Retiro.
Patio con tiestos en Sotomayor.
Aldeas de Tembleque, Almendralejo,
Madrigal de las Altas Torres, Santocraz.
Fuentesaúco, Pedrosillo de los Aires,
Martinamor, Santillana del Mar.
Navarredonda de la Rinconada,
Cadalso de los Vidrios, Almazán.
Alto de los Leones de Castilla.
Ojos Albos, Motilla del Palancar.
Madraza del idioma, España mía
te venere yo ahora y en la hora
de morirme de amor por las palabras
“Luciérnaga curiosa que verá”.
Ay paloma
que bajas a la Rambla
de Barcelona
con la muerte en las alas,
sola.
Ay cigüeña
que sobre un campanario
por Valdepeñas,
asoleando tu nido,
sueñas.
Fui peregrina feliz
de luz española,
después, con muerte en el alma,
ave que se desploma.
Tanto amor quién me lo quita.
Tanta dicha quién me roba.
Golondrinas
que volverán oscuras
siempre a Sevilla
dibujando en el cielo:
“Rimas”.
Ay gaviota,
San Fernando de Cádiz,
deslumbradora,
te esperó como blanca
proa.
Fui peregrina feliz
de luz española,
después, con muerte en el alma,
ave que se desploma.
Tanto amor quién me lo quita.
Tanta dicha quién me roba.
Antes de que se publicara en un libro, María Elena Walsh graba este texto en un disco titulado «El buen modo» de 1975 publicado con Microfon (Argentina). Esta canción no está recogida en esta base de datos dado que se sale de los criterios marcados para el archivo.
En 1994 se publica esta letra en un libro titulado Las canciones, que ha sido utilizado para realizar esta ficha.
XXV. Manuel Rodríguez. Cueca. Pablo Neruda. Canto General. 1950.
XXV
MANUEL RODRIGUEZ
CUECA
Señora, dicen que donde,
mi madre dicen, dijeron,
el agua y el viento dicen
que vieron al guerrillero.
VIDA
Puede ser un obispo,
puede y no puede,
puede ser sólo el viento
sobre la nieve:
sobre la nieve, sí,
madre, no mires,
que viene galopando
Manuel Rodríguez.
Ya viene el guerrillero
por el estero.
CUECA
PASION
Saliendo de Melipilla,
corriendo por Talagante,
cruzando por San Fernando,
amaneciendo en Pomaire.
Pasando por Rancagua,
por San Rosendo,
por Cauquenes, por Chena,
por Nacimiento:
por Nacimiento, sí,
desde Chiñigüe,
por todas partes viene
Manuel Rodríguez.
Pásale este clavel.
Vamos con él.
CUECA
Que se apague la guitarra,
que la patria está de duelo.
Nuestra tierra se oscurece.
Mataron al guerrillero.
Y MUERTE
En Til-Til lo mataron
los asesinos,
su espalda está sangrando
sobre el camino:
sobre el camino, sí.
Quien lo diría,
el que era nuestra sangre,
nuestra alegría.
La tierra está llorando.
Vamos callando.