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[Yo]. Clara Janés. Libro de alienaciones. 1980.
Yo
aún
aquí
la mente
perforada
mientras
tibia
devuelve
la arena
sirenas
al oído
y pulso
a las muñecas
y nudo
a la garganta
El poema aparece en la página 39 de este libro.
[Hay tantísimos caminos]. José Bergamín. Apartada orilla (1971-1972). 1976.
Hay tantísimos caminos
que van a donde no van
que por cualquiera que vayas
todos te equivocarán
Caminos que serpentean
al subir como al bajar
y se tuercen en lo llano
para poderse alargar
Son caminos de silencio;
Caminos de soledad;
Caminos descaminados
Que engañan tu caminar.
Este poema también aparece en Poesías [7 volúmenes], en el tomo Poesía III, Ediciones Turner, 1983-84, p. 73.
Caminando. Nicolas Guillén. Cantos para soldados y sones para turistas. 1937.
A Ñico López
Caminando, caminando,
caminando!
Voy sin rumbo caminando,
caminando;
voy sin plata caminando,
caminando;
voy muy triste caminando,
caminando!
Está lejos quien me espera,
caminando;
quien me busca está más lejos,
caminando;
y ya empeñé mi guitarra,
caminando!
Ay,
las piernas se ponen duras,
caminando;
los ojos ven desde lejos,
caminando;
la mano agarra y no suelta,
caminando.
Al que yo coja y lo apriete,
caminando,
ése la paga por todos,
caminando.
A ése, le parto el pescuezo,
caminando;
y aunque me pida perdón,
me lo como y me lo bebo,
me lo bebo y me lo como,
caminando,
caminando,
caminando!
Endecha española. María Elena Walsh. El buen modo. 1975.
Calles de Puñonrrostro, de la Luna,
de Bordadores y de Mira el Sol,
de Molinos de Viento y las Hileras,
de la Flor Alta, de ¡Válgame Dios!
Mi Glorieta del Ángel Caído, en el Retiro.
Patio con tiestos en Sotomayor.
Aldeas de Tembleque, Almendralejo,
Madrigal de las Altas Torres, Santocraz.
Fuentesaúco, Pedrosillo de los Aires,
Martinamor, Santillana del Mar.
Navarredonda de la Rinconada,
Cadalso de los Vidrios, Almazán.
Alto de los Leones de Castilla.
Ojos Albos, Motilla del Palancar.
Madraza del idioma, España mía
te venere yo ahora y en la hora
de morirme de amor por las palabras
“Luciérnaga curiosa que verá”.
Ay paloma
que bajas a la Rambla
de Barcelona
con la muerte en las alas,
sola.
Ay cigüeña
que sobre un campanario
por Valdepeñas,
asoleando tu nido,
sueñas.
Fui peregrina feliz
de luz española,
después, con muerte en el alma,
ave que se desploma.
Tanto amor quién me lo quita.
Tanta dicha quién me roba.
Golondrinas
que volverán oscuras
siempre a Sevilla
dibujando en el cielo:
“Rimas”.
Ay gaviota,
San Fernando de Cádiz,
deslumbradora,
te esperó como blanca
proa.
Fui peregrina feliz
de luz española,
después, con muerte en el alma,
ave que se desploma.
Tanto amor quién me lo quita.
Tanta dicha quién me roba.
Antes de que se publicara en un libro, María Elena Walsh graba este texto en un disco titulado «El buen modo» de 1975 publicado con Microfon (Argentina). Esta canción no está recogida en esta base de datos dado que se sale de los criterios marcados para el archivo.
En 1994 se publica esta letra en un libro titulado Las canciones, que ha sido utilizado para realizar esta ficha.
XXV. Manuel Rodríguez. Cueca. Pablo Neruda. Canto General. 1950.
XXV
MANUEL RODRIGUEZ
CUECA
Señora, dicen que donde,
mi madre dicen, dijeron,
el agua y el viento dicen
que vieron al guerrillero.
VIDA
Puede ser un obispo,
puede y no puede,
puede ser sólo el viento
sobre la nieve:
sobre la nieve, sí,
madre, no mires,
que viene galopando
Manuel Rodríguez.
Ya viene el guerrillero
por el estero.
CUECA
PASION
Saliendo de Melipilla,
corriendo por Talagante,
cruzando por San Fernando,
amaneciendo en Pomaire.
Pasando por Rancagua,
por San Rosendo,
por Cauquenes, por Chena,
por Nacimiento:
por Nacimiento, sí,
desde Chiñigüe,
por todas partes viene
Manuel Rodríguez.
Pásale este clavel.
Vamos con él.
CUECA
Que se apague la guitarra,
que la patria está de duelo.
Nuestra tierra se oscurece.
Mataron al guerrillero.
Y MUERTE
En Til-Til lo mataron
los asesinos,
su espalda está sangrando
sobre el camino:
sobre el camino, sí.
Quien lo diría,
el que era nuestra sangre,
nuestra alegría.
La tierra está llorando.
Vamos callando.
Hombre pequeñito. Alfonsina Storni. Irremediablemente. 1919.
Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
Suelta a tu canario que quiere volar…
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
Déjame saltar.
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
Hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
Ni me entenderás.
Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
Abreme la jaula que quiero escapar;
Hombre pequeñito, te amé media hora,
No me pidas más.
En la línea 10, el texto original no tiene acento en «Ábreme», sirva esta aclaración para evitar dudas sobre la ortografía original.
La huelga. Pablo Neruda. Canto General. 1950.
Fui más allá del oro:
entré en la huelga.
Allí duraba el hilo delicado
que une a los seres, allí la cinta pura
del hombre estaba viva.
La muerte los mordía,
el oro, ácidos dientes y veneno
estiraba hacia ellos, pero el pueblo
puso sus pedernales en la puerta,
fue terrón solidario que dejaba
transcurrir la ternura y el combate
como dos aguas paralelas
hilos
de las raíces, olas de la estirpe.
Vi la huelga en los brazos reunidos
que apartan el desvelo
y en una pausa trémula de lucha
vi por primera vez lo único vivo!
La unidad de las vidas de los hombres.
En la cocina de la resistencia
con sus fogones pobres, en los ojos
de las mujeres, en las manos insignes
que con torpeza se inclinaban
hacia el ocio de un día
como en un mar azul desconocido,
en la fraternidad del pan escaso,
en la reunión inquebrantable, en todos
los gérmenes de piedra que surgían
en aquella granada valerosa
elevada en la sal del desamparo,
hallé por fin la fundación perdida,
la remota cuidad de la ternura.
Para esta transcripción se ha utilizado el volumen Obras completas (Tercera edición aumentada) de Editoral Losana (Buenos Aires, 1973).
Para Tomasa Figueredo. José Martí. Obras completas (Tomo 17). 1892.
No sé qué tienen las flores,
lindísima bayamesa,
que unas se secan muy pronto;
que hay otras que no se secan.
De blancas flores un ramo
ayer me diste en tu casa,
y hoy las fui a ver, niña mía,
y las encontré más blancas.
Así como el alma en pena,
como un clavel amarillo,
besa tu mano y el alma
se pone color de lirio.
El poema original fue escrito por José Martí en la parte posterior de un retrato de sí mismo que él regaló a Tomasa Figueredo (Obras completas (Tomo 17), página 210). Se fecha del 7 de diciembre de 1892 en Cayo Hueso, Florida, EE.UU.
Te recuerdo como eras en el último otoño. Pablo Neruda. Veinte poemas de amor y una canción desesperada. 1924.
Te recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo.
Y las hojas caían en el agua de tu alma.
Apegada a mis brazos como una enredadera,
las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.
Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina gris, voz de pájaro, y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis besos alegres como brasas.
Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!
Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.
Se ma marcado como título el primer verso del poema.
Campo de amor. Blas de Otero. Que trata de España. 1964.
Si me muero, que sepan que he vivido
luchando por la vida y por la paz.
Apenas he podido con la pluma,
apláudanme el cantar.
Si me muero, será porque he nacido
para pasar el tiempo a los de atrás.
Confío que entre todos dejaremos
al hombre en su lugar.
Si me muero, ya sé que no veré
naranjas de la china, ni el trigal.
He levantado el rastro, esto me basta.
Otros ahecharán.
Si me muero, que no me mueran antes
de abriros el balcón de par en par.
Un niño, acaso un niño, está mirándome
el pecho de cristal.
Es tan poco. Mario Benedetti. Canciones del mas acá. 1988.
Lo que conoces
es tan poco
lo que conoces
de mi
lo que conoces
son mis nubes
son mis silencios
son mis gestos
lo que conoces
es la tristeza
de mi casa vista de afuera
son los postigos de mi tristeza
el llamador de mi tristeza.
Pero no sabes nada
Nada
a lo sumo
piensas a veces
que es tan poco
lo que conozco
de ti
lo que conozco
sea tus nubes
tus silencios
tus gestos
lo que conozco
es la tristeza
de tu casa vista de afuera
son los postigos de tu tristeza
el llamador de tu tristeza.
Pero no llamas.
Pero no llamo.
Mario Benedetti escribe este texto como canción para Soledad Bravo. Por lo que apareció primero grabada en 1975. Dicha canción ha sido después publicada en el cancionero recogido en esta ficha, Canciones del más acá.
Volver a los 17. Violeta Parra. Las últimas composiciones. 1966.
Volver a los diecisiete
después de vivir un siglo
es como descifrar signos
sin ser sabio competente,
volver a ser de repente
tan frágil como un segundo,
volver a sentir profundo
como un niño frente a Dios,
eso es lo que siento yo
en este instante fecundo.
Mi paso retrocedido
cuando el de ustedes avanza,
el arco de las alianzas
ha penetrado en mi nido,
con todo su colorido
se ha paseado por mis venas
y hasta la dura cadena
con que nos ata el destino
es como un diamante fino
que alumbra mi alma serena.
Lo que puede el sentimiento
no lo ha podido el saber,
ni el más claro proceder
ni el más ancho pensamiento,
todo lo cambia el momento
cual mago condescendiente,
nos aleja dulcemente
de rencores y violencias,
sólo el amor con su ciencia
nos vuelve tan inocentes.
El amor es torbellino
de pureza original,
hasta el feroz animal
susurra su dulce trino,
detiene a los peregrinos,
libera a los prisioneros,
el amor con sus esmeros
al viejo lo vuelve niño
y al malo sólo el cariño
lo vuelve puro y sincero.
De par en par la ventana
se abrió como por encanto,
entró el amor con su manto
como una tibia mañana,
al son de su bella diana
hizo brotar el jazmín,
volando cual serafín
al cielo le puso aretes
y mis años en diecisiete
los convirtió el querubín.
Se va enredando, enredando,
como en el muro la hiedra,
y va brotando, brotando,
como el musguito en la piedra.
Ay sí sí sí
aay sí sí sí.
Este texto aparece primero como canción en el álbum de Violeta Parra Las últimas composiciones de 1966. Esta canción no está recogida en esta base de datos dado que se sale de los criterios marcados para el archivo.
Luego, el texto ha circulado como poema en diversas antologías, entre las que se encuentra la seleccionada para esta ficha. Se trata de un libro editado por Juan Andrés Piña titulado 21 son los dolores, publicado en Santiago con la editorial Los Andes en 1992 (pp. 17-18).
Miedo. Gabriela Mistral. Ternura. 1924.
Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan;
se hunde volando en el Cielo
y no baja hasta mi estera;
en el alero hace nido
y mis manos no la peinan.
Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan.
Yo no quiero que a mi niña
la vayan a hacer princesa.
Con zapatitos de oro
¿cómo juega en las praderas?
Y cuando llegue la noche
a mi lado no se acuesta…
Yo no quiero que a mi niña
la vayan a hacer princesa.
Y menos quiero que un día
me la vayan a hacer reina.
La subirían al trono
a donde mis pies no llegan.
Cuando viniese la noche
yo no podría mecerla…
¡Yo no quiero que a mi niña
me la vayan a hacer reina!
Para esta ficha se ha utilizado la tercera edición de Espasa Calpe (Argentina, 1946). El poema «Miedo» aparece en la página 93. Las dos ediciones anteriores de Espasa Calpe son de 1945.
[Me llamo barro aunque Miguel me llame]. Miguel Hernández. El rayo que no cesa. 1936.
Me llamo barro aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.
Soy un triste instrumento del camino.
Soy una lengua dulcemente infame
a los pies que idolatro desplegada.
Como un nocturno buey de agua y barbecho
que quiere ser criatura idolatrada,
embisto a tus zapatos y a sus alrededores,
y hecho de alfombras y de besos hecho
tu talón que me injuria beso y siembro de flores.
Coloco relicarios de mi especie
a tu talón mordiente, a tu pisada,
y siempre a tu pisada me adelanto
para que tu impasible pie desprecie
todo el amor que hacia tu pie levanto.
Más mojado que el rostro de mi llanto,
cuando el vidrio lanar del hielo bala,
cuando el invierno tu ventana cierra
bajo a tus pies un gavilán de ala,
de ala manchada y corazón de tierra.
Bajo a tus pies un ramo derretido
de humilde miel pataleada y sola,
un despreciado corazón caído
en forma de alga y en figura de ola.
Barro en vano me invisto de amapola,
barro en vano vertiendo voy mis brazos,
barro en vano te muerdo los talones,
dándote a malheridos aletazos
sapos como convulsos corazones.
Apenas si me pisas, si me pones
la imagen de tu huella sobre encima,
se despedaza y rompe la armadura
de arrope bipartido que me ciñe la boca
en carne viva y pura,
pidiéndote a pedazos que la oprima
siempre tu pie de liebre libre y loca.
Su taciturna nata se arracima,
los sollozos agitan su arboleda
de lana cerebral bajo tu paso.
Y pasas, y se queda
incendiando su cera de invierno ante el ocaso,
mártir, alhaja y pasto de la rueda.
Harto de someterse a los puñales
circulantes del carro y la pezuña,
teme del barro un parto de animales
de corrosiva piel y vengativa uña.
Teme que el barro crezca en un momento,
teme que crezca y suba y cubra tierna,
tierna y celosamente
tu tobillo de junco, mi tormento,
teme que inunde el nardo de tu pierna
y crezca más y ascienda hasta tu frente.
Teme que se levante huracanado
del blando territorio del invierno
y estalle y truene y caiga diluviado
sobre tu sangre duramente tierno.
Teme un asalto de ofendida espuma
y teme un amoroso cataclismo.
Antes que la sequía lo consuma
el barro ha de volverte de lo mismo.
[Si yo nací campesino]. Rafael Alberti. Marinero en tierra. 1925.
Si yo nací campesino,
si yo nací marinero,
¿por qué me tenéis aquí,
si este aquí yo no lo quiero?
El mejor día, ciudad
a quien jamás he querido,
el mejor día —¡silencio!—
habré desaparecido.
—
El paso de la siguiriya. Federico García Lorca. Poema del cante jondo. 1931.
Entre mariposas negras,
va una muchacha morena
junto a una blanca serpiente
de niebla.
Tierra de luz,
cielo de tierra.
Va encadenada al temblor
de un ritmo que nunca llega,
tiene el corazón de plata
y un puñal en la diestra.
¿A dónde vas, siguiriya,
con un ritmo sin cabeza?
¿Qué luna recogerá
tu dolor de cal y adelfa?
Tierra de luz,
cielo de tierra.
El libro estaba en lo esencial escrito en 1921, pero se publicó en 1931.
24 de diciembre. Gloria Fuertes. Historia de Gloria (Amor, humor y desamor). 1980.
A una mujer de alterne
(alias) Sor Telaraña del Portal de Belén.
Humilde hermana monja
de hábito raído y toca de retales,
humilde princesita de Jesús descalza
descalza en sus portales.
Desahuciada de la burguesía
emigrada de centros y hospitales,
dada de alta,
porque alta eres y estarás en altares.
Garrapata de Cristo,
luciérnaga en los bares,
vas haciendo milagros por donde pasas
¿sabes?
(No lo sabes.)
Yo quisiera imitarte,
(a veces me creo que soy tú)
Telaraña del Portal de Belén,
la más humilde sierva andante.
monja de amor al alba
amante de mi amante.
En Historia de Gloria (Amor, humor y desamor) está incluido otro poema con el mismo título, 24 de diciembre, que no guarda relación con el aquí transcrito.
Canción del negro. Gloria Fuertes. Historia de Gloria (Amor, humor y desamor). 1980.
Yo nací negro y libre en África del Sur,
yo vivo negro y libre en la América del Norte.
Los blancos me quitaron la libertad
pero no pudieron contra mi piel,
yo sigo negro y libre en la América del Norte.
Mis abuelos del África del Sur
aún rizan el cabello de mis hijos
en el vientre de mi mujer.
Yo nací negro y libre en el África del Sur,
ahora soy un ciudadano norteamericano.
Tengo que seguir siendo fuerte, negro y libre
y nunca contar a mis hijos que sus amigos
son biznietos de los que me hicieron esclavo.
Casida de las palomas oscuras. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
A Claudio Guillén
Por las ramas del laurel
vi dos palomas oscuras:
La una era el sol,
la otra la luna.
Vecinita; les dije:
¿dónde está mi sepultura?
En mi cola, dijo el sol,
en mi garganta, dijo la luna.
Y yo que estaba caminando
con la tierra por la cintura
vi dos águilas de nieve
y una muchacha desnuda.
La una era la otra
y la muchacha era ninguna.
Aguilitas; les dije:
¿dónde está mi sepultura?
En mi cola, dijo el Sol;
en mi garganta, dijo la Luna.
Por las ramas del laurel
vi dos palomas desnudas.
La una era la otra
y las dos eran ninguna.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse. Hubo una musicalización anterior a 1975, por eso no recogida en esta base de datos: Paco Ibáñez (Paco Ibañez – 1. Poemas de Federico García Lorca y Luis de Góngora, 1964).
Casida de la muchacha dorada. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
La muchacha dorada
se bañaba en el agua
y el agua se doraba.
Las algas y las ramas
en sombra la asombraban
y el ruiseñor cantaba
por la muchacha blanca.
Vino la noche clara,
turbia de plata mala,
con peladas montañas,
bajo la brisa parda.
La muchacha mojada
era blanca en el agua
y el agua, llamarada.
Vino el alba sin mancha,
con cien caras de vaca,
yerta y amortajada
con heladas guirnaldas.
La muchacha de lágrimas
se bañaba entre llamas
y el ruiseñor lloraba
con las alas quemadas.
La muchacha dorada
era una blanca garza
y el agua la doraba.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Casida de la rosa. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
La rosa
no buscaba la aurora:
Casi eterna en su ramo
buscaba otra cosa.
La rosa
no buscaba ni ciencia ni sombra:
Confín de carne y sueño
buscaba otra cosa.
La rosa
no buscaba la rosa:
Inmóvil por el cielo
¡buscaba otra cosa!
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Casida de la mano imposible. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
Yo no quiero más que una mano;
una mano herida, si es posible.
Yo no quiero más que una mano
aunque pase mil noches sin lecho.
Sería un pálido lirio de cal.
Sería una paloma amarrada a mi corazón.
Sería el guardián que en la noche de mi tránsito
prohibiera en absoluto la entrada a la luna.
Yo no quiero más que esa mano
para los diarios aceites y la sábana blanca de mi agonía.
Yo no quiero más que esa mano
para tener un ala de mi muerte.
Lo demás todo pasa.
Rubor sin nombre ya. Astro perpetuo.
Lo demás es lo otro; viento triste,
mientras las hojas huyen en bandadas.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Casida del sueño al aire libre. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
Flor de jazmín y toro degollado.
Pavimento infinito. Mapa. Sala. Arpa. Alba.
La niña sueña un toro de jazmines
y el toro es un sangriento crepúsculo que brama.
Si el cielo fuera un niño pequeñito,
los jazmines tendrían mitad de noche oscura,
y el toro circo azul sin lidiadores
y un corazón al pie de una columna.
Pero el cielo es un elefante
y el jazmín es un agua sin sangre
y la niña es un ramo nocturno
por el inmenso pavimento oscuro.
Entre el jazmín y el toro
o garfios de marfil o gente dormida.
En el jazmín un elefante y nubes
y en el toro el esqueleto de la niña.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Casida de la mujer desnuda. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
Verte desnuda es recordar la Tierra.
La Tierra lisa, limpia de caballos.
La Tierra sin un junco, forma pura
cerrada al porvenir: confín de plata.
Verte desnuda es comprender el ansia
de la lluvia que busca débil talle
o la fiebre del mar de inmenso rostro
sin encontrar la luz de su mejilla.
La sangre sonará por las alcobas
y vendrá con espada fulgurante,
pero tú no sabrás dónde se ocultan
el corazón de sapo o la violeta.
Tu vientre es una lucha de raíces,
tus labios son un alba sin contorno,
bajo las rosas tibias de la cama
los muertos gimen esperando turno.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Casida de los ramos. Federico García Lorca. Diwán del Tamarit. 1940.
Por las arboledas del Tamarit
han venido los perros de plomo
a esperar que se caigan los ramos
a esperar que se quiebren ellos solos.
El Tamarit tiene un manzano
con una manzana de sollozos.
Un ruiseñor agrupa los suspiros
y un faisán los ahuyenta por el polvo.
Pero los ramos son alegres,
los ramos son como nosotros.
No piensan en la lluvia y se han dormido,
como si fueran árboles, de pronto.
Sentados con el agua en las rodillas
dos valles esperaban al Otoño.
La penumbra con paso de elefante
empujaba las ramas y los troncos.
Por las arboledas de Tamarit
hay muchos niños de velado rostro
a esperar que se caigan mis ramos,
a esperar que se quiebren ellos solos.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Casida del llanto. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
He cerrado mi balcón
porque no quiero oír el llanto
pero por detrás de los grises muros
no se oye otra cosa que el llanto.
Hay muy pocos ángeles que canten,
hay muy pocos perros que ladren,
mil violines caben en la palma de mi mano.
Pero el llanto es un perro inmenso,
el llanto es un ángel inmenso,
el llanto es un violín inmenso,
las lágrimas amordazan al viento
y no se oye otra cosa que el llanto.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Casida del herido por el agua. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
Quiero bajar al pozo
quiero subir los muros de Granada
para mirar el corazón pasado
por el punzón oscuro de las aguas.
El niño herido gemía
con una corona de escarcha.
Estanques, aljibes y fuentes
levantaban al aire sus espadas.
¡Ay qué furia de amor! ¡qué hiriente filo!
¡qué nocturno rumor! ¡qué muerte blanca!
¡qué desiertos de luz iban hundiendo
los arenales de la madrugada!
El niño estaba solo
con la ciudad dormida en la garganta.
Un surtidor que viene de los sueños
lo defiende del hambre de las algas.
El niño y su agonía frente a frente
eran dos verdes lluvias enlazadas.
El niño se tendía por la tierra
y su agonía se curvaba.
Quiero bajar al pozo
quiero morir mi muerte a bocanadas
quiero llenar mi corazón de musgo
para ver al herido por el agua.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Gacela del amor con cien años. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
Suben por la calle
los cuatro galanes,
ay, ay, ay, ay.
Por la calle abajo
van los tres galanes,
ay, ay, ay.
Se ciñen el talle
esos dos galanes,
ay, ay.
¡Cómo vuelve el rostro
un galán y el aire!
ay.
Por los arrayanes
se pasea nadie.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Gacela del mercado matutino. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
Por el arco de Elvira
quiero verte pasar
para saber tu nombre
y ponerme a llorar.
¿Qué luna gris de las nueve
te desangró la mejilla?
¿Quién recoge tu semilla
de llamarada en la nieve?
¿Qué alfiler de cactus breve
asesina tu cristal?
Por el arco de Elvira
voy a verte pasar
para beber tus ojos
y ponerme a llorar.
¡Qué voz para mi castigo
levantas por el mercado!
¡Qué clavel enajenado
en los montones de trigo!
¡Qué lejos estoy contigo!
¡qué cerca cuando te vas!
Por el arco de Elvira
voy a verte pasar
para sentir tus muslos
y ponerme a llorar.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
En la última estrofa se recoge en algunas editoriales «para sufrir tus muslos» (ver, por ejemplo, la edición de Akal, Poesía II, 1982).
Gacela de la huida. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
Me he perdido muchas veces por el mar
con el oído lleno de flores recién cortadas.
Con la lengua llena de amor y de agonía
muchas veces me he perdido por el mar,
como me pierdo en el corazón de algunos niños.
No hay nadie que al dar un beso
no sienta la sonrisa de la gente sin rostro,
ni hay nadie que al tocar un recién nacido
olvide las inmóviles calaveras de caballo.
Porque las rosas buscan en la frente
un duro paisaje de hueso
y las manos del hombre no tienen más sentido
que imitar a las raíces bajo tierra.
Como me pierdo en el corazón de algunos niños,
me he perdido muchas veces por el mar.
Ignorante del agua, voy buscando
una muerte de luz que me consuma.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Gacela del recuerdo de amor. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
No te lleves tu recuerdo.
Déjalo solo en mi pecho.
Temblor de blanco cerezo
en el martirio de Enero.
Me separa de los muertos
un muro de malos sueños.
Doy pena de lirio fresco
para un corazón de yeso.
Toda la noche en el huerto
mis ojos como dos perros.
Toda la noche comiendo
los membrillos de veneno.
Algunas veces el viento
es un tulipán de miedo.
Es un tulipán enfermo
la madrugada de invierno.
Un muro de malos sueños
me separa de los muertos.
La hierba cubre en silencio
el valle gris de tu cuerpo.
Por el arco del encuentro
la cicuta está creciendo.
Pero deja tu recuerdo.
¡Déjalo solo en mi pecho!
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Gacela del amor maravilloso. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
Con todo el yeso
de los malos campos
eras junco de amor, jazmín mojado.
Con sur y llama
de los malos cielos
eras rumor de nieve por mi pecho.
Cielos y campos
anudaban cadenas en mis manos.
Campos y cielos
azotaban las llagas de mi cuerpo.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Gacela de la muerte oscura. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
Quiero dormir el sueño de las manzanas,
alejarme del tumulto de los cementerios.
Quiero dormir el sueño de aquel niño
que quería cortarse el corazón en alta mar.
No quiero que me repita que los muertos no pierden la sangre,
que la boca podrida sigue pidiendo agua.
No quiero enterarme de los martirios que da la hierba
ni de la luna con boca de serpiente
que trabaja antes del amanecer.
Quiero dormir un rato,
un rato, un minuto, un siglo,
pero que todos sepan que no he muerto
que hay un establo de oro en mis labios
que soy el pequeño amigo del viento Oeste
que soy la sombra inmensa de mis lágrimas.
Cúbreme por la aurora con un velo
porque me arrojará puñados de hormigas
y moja con agua dura mis zapatos
para que resbale la pinza de su alacrán.
Porque quiero dormir el sueño de las manzanas
para aprender un llanto que me limpie de tierra,
porque quiero vivir con aquel niño oscuro
que quería cortarse el corazón en alta mar.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Gacela de la raíz amarga. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
Hay una raíz amarga
y un mundo de mil terrazas.
Ni la mano más pequeña
quiebra la puerta de agua.
¿Dónde vas? ¿adónde? ¿dónde?
Hay un cielo de mil ventanas
—batalla de abejas lívidas—
y hay una raíz amarga.
Amarga.
Duele en la planta del pie,
el interior de la cara
y duele en el tronco fresco
de noche recién cortada.
¡Amor! Enemigo mío
¡muerde tu raíz amarga!
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Gacela del niño muerto. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
Todas las tardes en Granada,
todas las tardes se muere un niño.
Todas las tardes el agua se sienta
a conversar con sus amigos.
Los muertos llevan alas de musgo.
El viento nublado y el viento limpio
son dos faisanes que vuelan por las torres
y el día es un muchacho herido.
No quedaba en el aire ni una brizna de alondra
cuando yo te encontré por las grutas del vino.
No quedaba en la tierra ni una miga de nube
cuando te ahogabas por el río.
Un gigante de agua cayó sobre los montes
y el valle fue rodando con perros y con lirios.
Tu cuerpo, con la sombra violeta de mis manos,
era, muerto en la orilla, un arcángel de frío.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Gacela del amor que no se deja ver. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
Solamente por oír
la campana de la Vela
te puse una corona de verbena.
Granada era una luna
ahogada entre las yedras.
Solamente por oír
la campana de la Vela
desgarré mi jardín de Cartagena.
Granada era una corza
rosa por las veletas.
Solamente por oír
la campana de la Vela
me abrasaba en tu cuerpo
sin saber de quién era.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Gacela del amor desesperado. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
La noche no quiere venir
para que tú no vengas
ni yo pueda ir.
Pero yo iré
aunque un sol de alacranes me coma la sien.
Pero tú vendrás
con la lengua quemada por la lluvia de sal.
El día no quiere venir
para que tú no vengas
ni yo pueda ir.
Pero yo iré
entregando a los sapos mi mordido clavel.
Pero tú vendrás
por las turbias cloacas de la oscuridad.
Ni la noche ni el día quieren venir
para que por ti muera
y tú mueras por mí.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Gacela de la terrible presencia. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
Yo quiero que el agua se quede sin cauce.
Yo quiero que el viento se quede sin valles.
Quiero que la noche se quede sin ojos
y mi corazón sin la flor del oro.
Que los bueyes hablen con las grandes hojas
y que la lombriz se muera de sombra.
Que brillen los dientes de la calavera
y los amarillos inunden la seda.
Puedo ver el duelo de la noche herida
luchando enroscada con el mediodía.
Resisto un ocaso de verde veneno
y los arcos rotos donde sufre el tiempo.
Pero no me enseñes tu limpio desnudo
como un negro cactus abierto en los juncos.
Déjame en un ansia de oscuros planetas,
¡pero no me enseñes tu cintura fresca!
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse.
Gacela del amor imprevisto. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
Gacela del amor imprevisto – Carlos Cano
Gacela del amor imprevisto – Enrique Morente
Gacela del amor imprevisto – Alba Molina
Gacela del amor imprevisto – Mayte Martín, Katia & Marielle Labèque
Gacela del amor imprevisto – Paloma pradal, Vicente Pradal y Rafael Pradal
Gacela del amor imprevisto – José María Vitier y Martirio
Gacela del amor imprevisto – Las Naves del Antogafasta
Nadie comprendía el perfume
de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.
Mil caballitos persas se dormían
en la plaza con luna de tu frente,
mientras que yo enlazaba cuatro noches
tu cintura enemiga de la nieve.
Entre yeso y jazmines, tu mirada
era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué para darte por mi pecho
las letras de marfil que dicen “siempre.
Siempre, siempre”, jardín de mi agonía,
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de tus venas en mi boca,
tu boca ya sin luz para mi muerte.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse. Hubo una musicalización en portugués anterior a 1975, por ambas razones no está recogida en esta base de datos: Dário De Barros (Canta Ary Dos Santos, António Gedeão, Bertolt Brechet, Garcia Lorca, 1973).
Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Federico García Lorca. Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. 1935.
A mi querida amiga
Encarnación López Júlvez.
1. La cogida y la muerte
A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.
El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde,
y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde,
y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones del bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde,
¡y el toro solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.
Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
¡Ay qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!
2. La sangre derramada
¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!
La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.
¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
¡Que no quiero verla!
La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.
¡Que no quiero verla!
Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!
No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué buen serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!
Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!
3. Cuerpo presente
La piedra es una frente donde los sueños gimen
sin tener agua curva ni cipreses helados.
La piedra es una espalda para llevar al tiempo
con árboles de lágrimas y cintas y planetas.
Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas
levantando sus tiernos brazos acribillados,
para no ser cazadas por la piedra tendida
que desata sus miembros sin empapar la sangre.
Porque la piedra coge simientes y nublados,
esqueletos de alondras y lobos de penumbra;
pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego,
sino plazas y plazas y otras plazas sin muros.
Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:
la muerte le ha cubierto de pálidos azufres
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.
Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca.
El aire como loco deja su pecho hundido,
y el Amor, empapado con lágrimas de nieve,
se calienta en la cumbre de las ganaderías.
¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa.
Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,
con una forma clara que tuvo ruiseñores
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.
¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice!
Aquí no canta nadie, ni llora en el rincón,
ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente:
aquí no quiero más que los ojos redondos
para ver ese cuerpo sin posible descanso.
Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura.
Los que doman caballos y dominan los ríos:
los hombres que les suena el esqueleto y cantan
con una boca llena de sol y pedernales.
Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra.
Delante de este cuerpo con las riendas quebradas.
Yo quiero que me enseñen dónde está la salida
para este capitán atado por la muerte.
Yo quiero que me enseñen un llanto como un río
que tenga dulces nieblas y profundas orillas,
para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda
sin escuchar el doble resuello de los toros.
Que se pierda en la plaza redonda de la luna
que finge cuando niña doliente res inmóvil;
que se pierda en la noche sin canto de los peces
y en la maleza blanca del humo congelado.
No quiero que le tapen la cara con pañuelos
para que se acostumbre con la muerte que lleva.
Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido.
Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!
4. Alma ausente
No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.
No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.
Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.
No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
El poema fue compuesto en 1934, pocos meses después de la muerte de Ignacio Sánchez Mejías ese año. Las musicalizaciones se basan en distintas partes de este largo poema. Hubo dos musicalizaciones anteriores a 1975, por eso no recogidas en esta base de datos: Gabriela Ortega, Antonio Arenas (Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, 1967) y Alfredo Arrebola (Cantos a los poemas de Federico García Lorca, 1971).
Canción de la muerte pequeña. Federico García Lorca. Tierra y Luna. 0000.
Prado mortal de lunas
y sangre bajo tierra.
Prado de sangre vieja.
Luz de ayer y mañana.
Cielo mortal de hierba.
Luz y noche de arena.
Me encontré con la Muerte.
Prado mortal de tierra.
Una muerte pequeña.
El perro en el tejado.
Sola mi mano izquierda
atravesaba montes sin fin
de flores secas.
Catedral de ceniza.
Luz y noche de arena.
Una muerte pequeña.
Una muerte y yo un hombre.
Un hombre solo, y ella
una muerte pequeña.
Prado mortal de lunas.
La nieve gime y tiembla
por detrás de la puerta.
Un hombre, ¿y qué? Lo dicho.
Un hombre solo y ella.
Prado, amor, luz y arena.
Los poemas de Tierra y Luna fueron compuestos por las mismas fechas y mismo estilo surrealista que Poeta en Nueva York, pero Lorca no llegó a publicarlos.
Baladilla de los tres ríos. Federico García Lorca. Poema del cante jondo. 1931.
Baladilla de los tres ríos – Pata Negra
Baladilla de los tres ríos – Esperanza Fernández
Baladilla de los tres ríos – Antón García Abril, Chiky Martín y María Orán
Baladilla de los tres ríos – Fabio Zanon, Carlos Fernández Aransay y Coro Cervantes
Baladilla de los tres ríos – Miguel López
Baladilla de los tres ríos – Valen
Baladilla de los tres ríos – Eskóbula
Llanto por Ignacio Sánchez Megías:V. Baladilla de los tres ríos – Francisco Curto
A Salvador Quintero
El río Guadalquivir
va entre naranjos y olivos.
Los dos ríos de Granada
bajan de la nieve al trigo.
¡Ay, amor
que se fue y no vino!
El río Guadalquivir
tiene las barbas granates.
Los dos ríos de Granada
uno llanto y otro sangre.
¡Ay, amor
que se fue por el aire!
Para los barcos de vela,
Sevilla tiene un camino;
por el agua de Granada
sólo reman los suspiros.
¡Ay, amor
que se fue y no vino!
Guadalquivir, alta torre
y viento en los naranjales.
Dauro y Genil, torrecillas
muertas sobre los estanques,
¡Ay, amor
que se fue por el aire!
¡Quién dirá que el agua lleva
un fuego fatuo de gritos!
¡Ay, amor
que se fue y no vino!
Lleva azahar, lleva olivas,
Andalucía, a tus mares.
¡Ay, amor
que se fue por el aire!
El libro estaba en lo esencial escrito en 1921, pero se publicó en 1931. Este poema en concreto se sabe que estaba acabado en 1922, porque Lorca se lo mandó transcrito por carta a Melchor Fernández Almagro en diciembre de ese año. Hubo multitud de musicalizaciones anteriores a 1975, por eso no están recogidas en esta base de datos:
[Leyenda del tiempo]. Federico García Lorca. Así que pasen cinco años. 1931.
La leyenda del tiempo – Camarón de la Isla
La leyenda del tiempo – Kiko Veneno
La leyenda del tiempo – Enrique Morente
La leyenda del tiempo – The Secret Society
La leyenda del tiempo – Alex Conde
La leyenda del tiempo – Poncho K y Juanjo Ballesta
La leyenda del tiempo – Alhandal
La leyenda del tiempo – Euphoria
La leyenda del tiempo – Juan Jesús Quintero
La leyenda del tiempo – Akasha
La leyenda del tiempo – Fariña
La leyenda del tiempo – Jonathan Santiago
La leyenda del tiempo – Miguel Poveda
La leyenda del tiempo – Apenino
La leyenda del tiempo – Eladio y los Seres Queridos
La leyenda del tiempo – Manuel Cástulo
La leyenda del tiempo – Arcángel
La leyenda del tiempo – Myriam Latrece
La leyenda del tiempo – Barrio Manouche
La leyenda del tiempo – Luis de la Carrasca
La leyenda del tiempo – Hugo Cobo
ACTO TERCERO. Cuadro primero
(Bosque. Grandes troncos. En el centro, un teatro rodeado de cortinas barrocas con el telón echado. Una escalerita une el tabladillo con el escenario. Al levantarse el letón cruzan entre los troncos dos FIGURAS vestidas de negro, con las caras blancas de yeso y las manos también blancas. Suena una música lejana. Sale el ARLEQUÍN. Viste de negro y verde. Lleva dos caretas, una en cada mano y ocultas en la espalda. Acciona de modo rítmico, como un bailarín.)
ARLEQUÍN:
El Sueño va sobre el Tiempo
flotando como un velero.
Nadie puede abrir semillas
en el corazón del Sueño.
(Se pone una careta de alegrísima expresión.)
¡Ay, cómo canta el alba! ¡Cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!
(Se quita la careta.)
El Tiempo va sobre el Sueño
hundido hasta los cabellos.
Ayer y mañana comen
oscuras flores de duelo.
(Se pone una careta de expresión dormida.)
¡Ay, cómo canta la noche! ¡Cómo canta!
¡Qué espesura de anémonas levanta!
(Se la quita.)
Sobre la misma columna,
abrazados Sueño y Tiempo,
cruza el gemido del niño,
la lengua rota del viejo.
(Con una careta.)
¡Ay, cómo canta el alba! ¡Cómo canta!
(Con la otra careta.)
¡Qué espesura de anémonas levanta!
Y si el Sueño finge muros
en la llanura del Tiempo,
el Tiempo le hace creer
que nace en aquel momento.
¡Ay, cómo canta la noche! ¡Cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!
[…]
Camarón fue el primero en ponerle música a este fragmento de Así que pasen cinco años, de Federico García Lorca, que se encuentra al comienzo del cuadro primero del acto tercero, en boca del ARLEQUÍN. Camarón le puso este título, pero no aparece como tal en la obra original, y desde entonces es el título que se ha popularizado. La obra fue escrita en 1931, pero no llegó a representarse ni publicarse en vida del Lorca.
[Nana del caballo grande]. Federico García Lorca. Bodas de sangre. 1935.
Nana del caballo grande – Camarón de la Isla
Nana del caballo grande – Alameda
Nana del caballo grande – La Susi
Nana del caballo grande – Al Alba
Nana del caballo grande – India Martínez
Nana del caballo grande – Carmen París
Nana del caballo grande – Derby Motoreta’s Burrito Kachimba
Nana del caballo grande – Jorge Molero
Nana del caballo grande – Ángeles Toledano
CUADRO SEGUNDO
(Habitación pintada de rosa con cobres y ramos de flores populares. En el centro, una mesa con mantel. Es la mañana. Suegra de Leonardo con un niño en brazos. Lo mece. La Mujer, en la otra esquina, hace punto de media.)
SUEGRA:
Nana, niño, nana
del caballo grande
que no quiso el agua.
El agua era negra
dentro de las ramas.
Cuando llega el puente
se detiene y canta.
¿Quién dirá, mi niño,
lo que tiene el agua,
con su larga cola
por su verde sala?
MUJER: (Bajo.)
Duérmete, clavel,
que el caballo no quiere beber.
SUEGRA:
Duérmete, rosal,
que el caballo se pone a llorar.
Las patas heridas,
las crines heladas,
dentro de los ojos
un puñal de plata.
Bajaban al río,
¡ay, cómo bajaban!
La sangre corría
más fuerte que el agua.
MUJER:
Duérmete, clavel,
que el caballo no quiere beber.
SUEGRA:
Duérmete, rosal,
que el caballo se pone a llorar.
MUJER:
No quiso tocar
la orilla mojada
su belfo caliente
con moscas de plata.
A los montes duros
solo relinchaba
con el río muerto
sobre la garganta.
¡Ay, caballo grande
que no quiso el agua!
¡Ay, dolor de nieve,
caballo del alba!
SUEGRA:
¡No vengas! Detente,
cierra la ventana
con rama de sueños
y sueño de ramas.
MUJER:
Mi niño se duerme.
SUEGRA:
Mi niño se calla.
MUJER:
Caballo, mi niño
tiene una almohada.
SUEGRA:
Su cuna de acero.
MUJER:
Su colcha de holanda.
SUEGRA:
Nana, niño, nana.
MUJER:
¡Ay, caballo grande
que no quiso el agua!
SUEGRA:
¡No vengas, no entres!
Vete a la montaña.
Por los valles grises
donde está la jaca.
MUJER: (Mirando.)
Mi niño se duerme.
SUEGRA:
Mi niño descansa.
MUJER: (Bajito.)
Duérmete, clavel,
que el caballo no quiere beber.
SUEGRA: (Levantándose, y muy bajito.)
Duérmete, rosal,
que el caballo se pone a llorar.
[…]
SUEGRA: (Enérgica, a su hija.) ¡Cállate! (Sale LEONARDO.) ¡El niño! (Entra y vuelve a salir con él en brazos. La MUJER ha permanecido de pie, inmóvil.)
Las patas heridas,
las crines heladas,
dentro de los ojos
un puñal de plata.
Bajaban al río.
La sangre corría
más fuerte que el agua.
MUJER: (Volviéndose lentamente y como soñando.)
Duérmete, clavel,
que el caballo no quiere beber.
SUEGRA:
Duérmete, rosal,
que el caballo se pone a llorar.
MUJER:
Nana, niño, nana.
SUEGRA:
¡Ay, caballo grande,
que no quiso el agua!
MUJER: (Dramática.)
¡No vengas, no entres!
¡Vete a la montaña!
¡Ay, dolor de nieve,
caballo del alba!
SUEGRA: (Llorando.)
Mi niño se duerme…
MUJER: (Llorando y acercándose lentamente.)
Mi niño descansa…
SUEGRA:
Duérmete, clavel,
que el caballo no quiere beber.
MUJER: (Llorando y apoyándose sobre la mesa.)
Duérmete, rosal,
que el caballo se pone a llorar.
TELÓN
Camarón fue el primero en ponerle música a este fragmento de Bodas de sangre, de Federico García Lorca, dándole el título de «Nana del caballo grande». Si bien no aparece como tal en la obra original, el título se ha extendido popularmente para referirse a la nana que le cantan la MUJER y la SUEGRA al niño al principio y al final del cuadro segundo. Aquí se transcriben estas partes de la obra, elidiendo el texto intermedio. La obra se publicó por la revista Cruz y Raya en 1935, pero fue escrita en 1931 y estrenada en 1933.
Oda a Walt Whitman. Federico García Lorca. Poeta en Nueva York. 1940.
Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.
Pero ninguno se dormía,
ninguno quería ser río,
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.
Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con la industria,
y los judíos vendían al fauno del río
la rosa de la circuncisión,
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.
Pero ninguno se detenía,
ninguno quería ser nube,
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.
Cuando la luna salga
las poleas rodarán para tumbar el cielo;
un límite de agujas cercará la memoria
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.
Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte.
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de tus anémonas manchadas?
Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid,
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.
Ni un sólo momento, Adán de sangre, Macho,
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en los bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te soñaban.
¡También ese! ¡También! Y se despeñan
sobre tu barba luminosa y casta,
rubios del norte, negros de la arena,
muchedumbres de gritos y ademanes,
como los gatos y como las serpientes,
los maricas, Walt Whitman, los maricas,
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los domadores.
¡También ése! ¡También! Dedos teñidos
apuntan a la orilla de tu sueño
cuando el amigo come tu manzana
con un leve sabor de gasolina
y el sol canta por los ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.
Pero tú no buscabas los ojos arañados
ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños
ni la saliva helada
ni las curvas heridas como panza de sapo
que llevan los maricas en coches y en terrazas
mientras la luna los azota por las esquinas del terror.
Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
Toro y sueño que junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.
Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.
Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades.
La guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.
Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo;
mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.
Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada;
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero;
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución;
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades
de carne tumefacta y pensamiento inmundo.
Madres de lodo. Arpías. Enemigos sin sueño
del amor que reparte coronas de alegría.
Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
“Faeries” de Norteamérica,
“Pájaros” de la Habana,
“Jotos” de Méjico,
“Sarasas” de Cádiz,
“Apios” de Sevilla,
“Cancos” de Madrid,
“Floras” de Alicante,
“Adelaidas” de Portugal.
¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer. Perras de sus tocadores.
Abiertos en las plazas, con fiebre de abanico
o emboscados en yertos paisajes de cicuta.
¡No haya cuartel! La muerte
mana de vuestros ojos
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes,
os cierren las puertas de la bacanal.
Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme: no queda nada.
Una danza de muros agita las praderas
y América se anega de máquinas y llanto.
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
quite flores y letras del arco donde duermes,
y un niño negro anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la espiga.
La aurora. Federico García Lorca. Poeta en Nueva York. 1940.
La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.
Muerte de Antoñito el Camborio. Federico García Lorca. Romancero Gitano. 1928.
A José Antonio Rubio Sacristán
Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas
mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrellas clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
* * *
Antonio Torres Heredia,
Camborio de dura crin,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil:
¿Quién te ha quitado la vida
cerca del Guadalquivir?
Mis cuatro primos Heredias
hijos de Benamejí.
Lo que en otros no envidiaban,
ya lo envidiaban en mí.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil,
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
¡Ay Antoñito el Camborio
digno de una Emperatriz!
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir.
¡Ay Federico García,
llama a la Guardia Civil!
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz.
* * *
Tres golpes de sangre tuvo,
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un ángel marchoso pone
su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado,
encendieron un candil.
Y cuando los cuatro primos
llegan a Benamejí,
voces de muerte cesaron
cerca del Guadalquivir.
Hubo dos musicalizaciones anteriores a 1975, por eso no están recogidas en esta base de datos: Gabriela Ortega (Federico García Lorca, 1958) y Manuel Mairena (EP, 1970).
Prendimiento de Antoñito el Camborio en el camino de Sevilla. Federico García Lorca. Romancero Gitano. 1928.
A Margarita Xirgu
Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
con una vara de mimbre
va a Sevilla a ver los toros.
Moreno de verde luna
anda despacio y garboso.
Sus empavonados bucles
le brillan entre los ojos.
A la mitad del camino
cortó limones redondos,
y los fue tirando al agua
hasta que la puso de oro.
Y a la mitad del camino,
bajo las ramas de un olmo,
guardia civil caminera
lo llevó codo con codo.
* * *
El día se va despacio,
la tarde colgada a un hombro,
dando una larga torera
sobre el mar y los arroyos.
Las aceitunas aguardan
la noche de Capricornio,
y una corta brisa, ecuestre,
salta los montes de plomo.
Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
viene sin vara de mimbre
entre los cinco tricornios.
Antonio, ¿quién eres tú?
Si te llamaras Camborio,
hubieras hecho una fuente
de sangre con cinco chorros.
Ni tú eres hijo de nadie,
ni legítimo Camborio.
¡Se acabaron los gitanos
que iban por el monte solos!
Están los viejos cuchillos
tiritando bajo el polvo.
A las nueve de la noche
lo llevan al calabozo,
mientras los guardias civiles
beben limonada todos.
Y a las nueve de la noche
le cierran el calabozo,
mientras el cielo reluce
como la grupa de un potro.
Hubo dos musicalizaciones de este poema anteriores a 1975, por eso no están recogidas en esta base de datos: Gabriela Ortega (Federico García Lorca, 1958) y Manuel Mairena (EP, 1970).
La casada infiel. Federico García Lorca. Romancero Gitano. 1928.
A Lydia Cabrera y a su negrita
Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
* * *
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quite la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.
Hubo dos musicalizaciones anteriores a 1975, por eso no recogidas en esta base de datos: Pepe Albaicín (Sin título, 1964) y Pepe de Córdoba (Canta a Federico García Lorca, 1972).
Romance de la luna, luna. Federico García Lorca. Romancero Gitano. 1928.
Romance de la luna – Camarón de la Isla, Paco de Lucía y Tomatito
Romance de la luna, luna – Miguel Herrero
Romance de la luna, luna – Alba Molina
Romance de la luna – Ana Belén
Romance de la luna, luna – Potito
Romance de la luna, luna – Marina
Romance de la luna, luna – Juan Amador, Danilo, El Charro, Alejandro y J. A. Andujar
Romance de la luna, luna – Carmen París
Romance de la luna, luna – Vicente Pradal
Romance de la luna, luna – Manuel de Paula
Romance de la luna, luna – Isabel Montero y Santiago Gómez Valverde
Romance de la luna, luna – Lluís Sintes
Romance de la luna – Juan Carmona
Romance de la luna, luna – Sergi Pérez y Fernando Acedo
Romance de la luna, luna – Saurom
Romance de la luna, luna – Balta Cano
La luna vino a la fragua – Esperanza Fernández
A Conchita García Lorca
La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
Cómo canta la zumaya,
¡ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
el aire la está velando.
Hubo varias musicalizaciones anteriores a 1975, por eso no recogidas en esta base de datos: Gabriela Ortega (Federico García Lorca, 1958), Pepe Albaicín, “Romance de la luna, luna” (Cante gitano por Pepe Albaicín, vol. II, 1963), Paco Ibáñez (España de hoy y de siempre, 1964) y Nati Mistral (La maravillosa Natu Mistral, 1972).