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Asturias. Pedro Garfias. Poesías de la guerra española. 1941.
Asturias, si yo pudiera,
si yo supiera cantarte…
Asturias verde de montes
y negra de minerales.
Yo soy un hombre del Sur
polvo, sol, fatiga y hambre,
hambre de pan y horizontes…
¡Hambre!
Bajo la piel resecada
ríos sólidos la sangre
y el corazón asfixiado
sin venas para aliviarte.
Los ojos ciegos, los ojos
ciegos de tanto mirarte
sin verte, Asturias lejana,
hija de mi misma madre.
Dos veces, dos, has tenido
ocasión para jugarte
la vida en una partida,
y las dos te la jugaste.
¿Quién derribará este árbol
de Asturias, ya sin ramaje,
desnudo, seco, clavado
con su raíz entrañable
que corre por toda España
crispándonos de coraje?
Mirad, obreros del mundo
su silueta recortarse
contra ese cielo impasible
vertical, inquebrantable,
firme sobre roca firme,
herida viva su carne.
Millones de puños gritan
su cólera por los aires,
millones de corazones
golpean contra sus cárceles.
Prepara tu salto último
lívida muerte cobarde
prepara tu último salto
que Asturias está aguardándote
sola, en mitad de la Tierra,
hija de mi misma madre.
Aunque publicado en 1941, el poema fue escrito en 1937 tras la caída de Asturias el 20 de octubre de 1937 en manos franquistas, pero en su texto se evoca también la revolución de 1934 y la cruel represión posterior a manos del gobierno de la República.
Me desperté de nuevo. Javier Egea. --. 2001.
Me desperté de nuevo
entre dos sombras.
No quedaban palabras
en mi memoria.
Con los dedos, a tientas,
las fui palpando:
sus ojos enemigos,
sus secos labios,
el mapa señalado,
los hondos cráteres,
corazones escritos
con soledades.
A su fiel prisionero
siempre velando
mis compañeras sombras
de tantos años.
Ellas, que me robaron
la luz de un sueño,
ya no piden rescate
por mi secuestro.
Javier Egea (2011). Poesía completa. (Vol. 1), Manuel Rico (pról.), José Luis Alcántara y Juan Antonio Hernández García (eds.), 120. Madrid: Bartleby.
El poema apareció en una plaquette: Javier Egea (2001). Me desperté de nuevo. Granada: La Tertulia, como se indica en Javier García Jaramillo, La poesía de Javier Egea, 168, n. 325. Granada: Zumaya.
Alguien le dice al tango. Jorge Luis Borges. Para las seis cuerdas. 1965.
Tango que he visto bailar
Contra un ocaso amarillo
Por quienes eran capaces
De otro baile, el del cuchillo.
Tango de aquel Maldonado
Con menos agua que barro;
Tango silbado al pasar
Desde el pescante del carro.
Despreocupado y zafado,
Siempre mirabas de frente,
Tango que fuiste la dicha
De ser hombre y ser valiente.
Tango que fuiste feliz
Como yo también lo he sido,
Según me cuenta el recuerdo,
Que está hecho un poco de olvido.
Desde ese ayer, cuántas cosas
A los dos nos han pasado;
Las partidas y el pesar
De amar y no ser amado.
Yo habré muerto y seguirás
Orillando nuestra vida;
Buenos Aires no te olvida,
Tango que fuiste y serás.
Borges eliminó este poema de la segunda edición del libro, publicada en 1970 en la misma editorial.
Supervivencia y degeneración del mito. Javier Salvago. Volverlo a intentar. 1989.
Abrir los ojos a otro viejo día,
a un mundo viejo y demasiado usado.
Darle los buenos o los malos días,
entre bostezos, a la vieja vida
sin entusiasmo.
Hacer lo mismo. Repetir las mismas
palabras huecas y los mismos pasos
para lo mismo. Soportar las mismas
humillaciones con las mismas miras
y el mismo pago.
Subir la misma roca por la misma
penosa cuesta, como escarabajos,
igual que ayer, un día y otro día.
Subir la cuesta y al llegar arriba,
de vuelta abajo.
Y abrir los ojos a otro viejo día
y no poder (y no querer) cerrarlos.
De la virtud del ave solitaria. Ángeles Mora. La dama errante. 1990.
Aunque quiso ocultarlo,
ella vino a quedarse.
Sin billete de vuelta
y hasta sin equipaje.
Lo supe en sus ojeras,
su pelo desteñido.
Me miró solamente.
Sin hablar me lo dijo.
Ella vino a quedarse.
Y ahora vive conmigo.
Ángeles Mora (2005). Antología poética. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Disponible en línea: https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/antologia-poetica–57/html/00798496-82b2-11df-acc7-002185ce6064_2.html#I_32_ [24/02/2023].
Uno de mayo. Luis García Montero. En pie de paz. 1985.
a Horacio Rébora
Mi tango has sido tú. Recuerdo que te he escrito
con la mejor ginebra que dio mi corazón.
Contigo la tristeza fue quizá menos triste,
la soledad tan sólo una mala canción.
Recuerdo que he llevado tu nombre a los suburbios
y he visto cómo el tiempo te convirtió en papel.
Inquieta como un trozo de amor bajo la lluvia
recuerdo haberte visto temblar sobre mi piel.
Vivimos codo a codo, nada nos enturbiaba,
en tus ojos la luna parecía charol.
La ciudad nos miraba con su mejor sonrisa,
con tu mejor misterio desde aquella pensión.
A ti te he dedicado mis únicos desvelos
y las dudas que uno sólo siente una vez.
Detrás de cada esquina siempre estaba mi abrazo
estrechándote fuerte, esperándote fiel.
Después llegó el destino vestido de uniforme,
nos separó de un golpe y me arrojó hacia el mar.
Pero te llevo ahora mezclada con mi sangre,
uno jamás olvida tu nombre, libertad.
Luis García Montero (2021). Poesía completa (1980-2017), Juan-Carlos Mainer (pról.), Antonio Jiménez Millán (epíl.), 951. Barcelona: Austral.
El poema se publicó con anterioridad en VV. AA. (1982). Granada / tango. Libro para bailar con las ciudades y en solidaridad con nosotros mismos. Horacio Rébora [La Tertulia]: Granada.
"Espumas de la escollera...". Javire Egea. 1917 versos. 1987.
A Rafael Alberti
Si Garcilaso volviera,
yo sería su escudero;
que buen caballero era.
RAFAEL ALBERTI
Espumas de la escollera,
Puerto de Santa María,
si Garcilaso volviera
yo sé que preguntaría
por su joven escudero
que quiso ser marinero
y se quedó en tierra un día.
Si Garcilaso volviera
seguro que encontraría
sus armas tan bien veladas
que entre claveles y espadas
le entregaría su arnés
y el luminoso vigía
del pueblo de la poesía
yo sé que respondería:
¡qué buen camarada es!
XV. Luis García Montero. Diario cómplice. 1987.
Tu corazón, cerrado por reformas,
vagando va en la música
sin querer contestarme.
Forajido de siempre no resiste
convivir bajo el reino
metal de las palabras.
La mirada que trajo conocía
ese dolor errante
de los barcos nocturnos.
Se convirtió en testigo por decirme
las dudas de mis ojos,
y la canción que esconden.
Es silencio, silencio sin embargo,
vacío encadenado
al rayo de la luna.
¿Qué camino sin cruces, sin kilómetros,
sabrá llevarme a él?
¿Dónde podré encontrarlo?
Luis García Montero (2021). Poesía completa (1980-2017), Juan-Carlos Mainer (pról.), Antonio Jiménez Millán (epíl.), 143. Barcelona: Austral.
Glorias. Juan Gelman. Relaciones. 1973.
¿era rubia la pulpera de Santa Lucía? ¿tenía los ojos celestes?
¿y cantaba como una calandria la pulpera?
¿reflejaban sus ojos la gloria del día?
¿era ella la gloria del día inmensa luz?
son preguntas inútiles para este invierno
no se las puede echar al fuego para que ardan
no sirven para calentarse en el país
no sirven para calentar al país helado de sangre
por una sábana de luz iría la pulpera santa de voz
graciosamente moviendo sus alrededores sus invitaciones
y el olor de sus pechos y la penumbra de sus pechos
hacían bajar el sol sobre la pampa bajaban a la noche como un telón
¿quién no se iba a perder en esa noche? ¿quién no se iba a encontrar allí mesmo pasando
su furia por la suavidad que la pulpera fundó?
horas se podría estar contando esta historia y otras parejamente tristes
sin calentar un solo gramo del país sin calentarle ningún pie
¿acaso no está corriendo la sangre de los 16 fusilados en Trelew?
por las calles de Trelew y demás calles del país ¿no está corriendo esa sangre?
¿hay algún sitio del país donde esa sangre no está corriendo ahora?
¿no están las sábanas pegajosas de sangre amantes?
¿y llena de sangre la pulpera y sus ojos celestes ahogados en sangre?
¿y la calandria hundida en sangre y la gloria del día
con las alas empapadas de sangre sin poder volar?
¿no hay sangre en la penumbra de tus pechos amada?
¿y dónde no la hay esa sangre caída de los 16 fusilados en Trelew?
¿y no habría que ir a buscarla?
¿y no se la habría de oír en lo que está diciendo o cantando?
¿no está esa sangre acaso diciendo o cantando?
¿y quién la va a velar? ¿quién hará el duelo de esa sangre?
¿quién le retira amor? ¿quién le da olvido?
¿no está ella como astro brillando amurada a la noche?
¿no suelta acaso resplandores de ejército mudo bajo la noche del país?
con sangre verdaderamente están regando el país ahora
oh amores 16 que todavía volarán aromando
la justicia por fin conseguida el trabajo furioso de la felicidad
oh sangre así caída condúcenos al triunfo
como calandria de sus pechos caía y
como sangre para apagar la muerte y
como sangre para apagar la noche y
como sol como día
Cambios. Juan Gelman. Relaciones. 1973.
“no olviden los orgullosos/que cuando a la tumba vayan/allí lo mismo se rayan/humildes y poderosos”
pero nosotros no solamente queremos la igualdad en la muerte
también queremos la igualdad en la vida
queremos la justicia en vida
¿por qué estaba triste ese peón de ferrocarril en la mañana
apoyado contra la verja de la estación?
¿por qué se le perdía la mirada sin ver a nadie de los que pasaban junto a él?
¿por qué estaba triste ese hombre?
¿por qué hay tantos hombres y tantas mujeres tristes en el país?
¿por qué a cierta hora del día parece que un oleaje de tristeza fuera a arrasar la ciudad?
¿por qué tanta gente sale por sus ojos así o saca por sus ojos tristeza?
¿por qué esa tristeza golpea de noche las ventanas?
estas reflexiones suben en mí
metido en la litera alta de la celda 4 en el pabellón de castigo de la cárcel Villa Devoto
eugenio abajo oye su radio a transistores
un rayo de sol pasea lento por la celda
¿por qué se pasea ese rayo de sol por acá?
eugenio quedó encorvado por las torturas pero no sacaron una sola palabra de él
eugenio es un obrero tierno delicado
no le sacaron una sola palabra
la mujer de eugenio a veces llora sin saber por qué
interminablemente sin saber por qué llora y deja la casa una semana o dos
lo deja a Eugenio una semana o dos
un rayo de sol pasea por la celda ahora
¿y yo? ¿por qué estoy oyendo crepitar la tristeza de eugenio
si sé que hay pocos tan puros como él?
¿entonces su pureza no lo defiende del dolor?
¿a veces se le pierde la mirada sin ver a nadie de los que pasan junto a él?
en las celdas de enfrente
los comunes no tienen litera ni colchón
a medianoche les dan un colchón para dormir
tienen que ir a buscarlo desnudos
los guardiacárceles obligan a los comunes desnudos a correr
tirarse al suelo arrastrarse para buscar el colchón
el invierno no puede calentar las baldosas heladas del pabellón de castigo
eugenio se encorva más todavía cuando el jadeo de los comunes choca contra la puerta de la celda 4
¿esos ruidos tapan las crepitaciones de la tristeza de eugenio?
¿eugenio crepita de furor ahora?
¿la tristeza se congela en pajaritos que arden de furor?
¿en furor va a dar la tristeza de los pobres del mundo?
¿la tristeza de ese peón de ferrocarril dará en furor?
¿un oleaje de furor arrasará la ciudad?
¿arrasará las literas del pabellón de castigo de la cárcel de Villa Devoto?
¿arderán las baldosas heladas del pabellón y los comunes y nosotros?
nosotros no solamente queremos la igualdad en la muerte
también queremos la igualdad en la vida
queremos la justicia en vida
aunque sea corta y larga la muerte
Juan Gelman (2012). Poesía reunida. 1956-2010, Julio Cortázar (pról.), Pere Gimferrer (pról.), 334-336. Barcelona: Seix Barral.
Ruidos. Juan Gelman. Relaciones. 1973.
Esos pasos, ¿lo buscan a él?
Ese coche, ¿para en su puerta?
Esos hombres en la calle, ¿acechan?
Ruidos diversos hay en la noche.
Sobre esos ruidos se alza el día.
Nadie detiene al sol.
Nadie detiene al gallo cantor.
Nadie detiene al día.
Habrá noches y días, aunque él no los vea.
Nadie detiene a la revolución.
Nada detiene a la revolución.
Ruidos diversos hay en la noche.
Esos pasos, ¿lo buscan a él?
Ese coche, ¿para en su puerta?
Esos hombres en la calle, ¿acechan?
Ruidos diversos hay en la noche.
Sobre esos ruidos se alza el día.
Nadie detiene al día.
Nadie detiene al sol.
Nadie detiene al gallo cantor.
Juan Gelman (2012). Poesía reunida. 1956-2010, Julio Cortázar (pról.), Pere Gimferrer (pról.), 331. Barcelona: Seix Barral.
Mi Buenos Aires querido. Juan Gelman. Gotán. 1962.
Sentado al borde de una silla desfondada,
mareado, enfermo, casi vivo,
escribo versos previamente llorados
por la ciudad donde nací.
Hay que atraparlos, también aquí
nacieron hijos dulces míos
que entre tanto castigo te endulzan bellamente.
Hay que aprender a resistir.
Ni a irse ni a quedarse,
a resistir,
aunque es seguro
que habrá más penas y olvido.
Juan Gelman (2012). Poesía reunida. 1956-2010, Julio Cortázar (pról.), Pere Gimferrer (pról.), 82. Barcelona: Seix Barral.
Extrañura. Juan Gelman. Madrugada. 1969.
por la humedad
por esta calle donde
resbalan casos tardes situaciones
y un hombre
grita
hacete hacete
a los vacíos
donde podés aparecer
si sufro
si soy bueno
en esta calle llueve como es natural
y tu vientre está lejos y
a mis manos ya no sé qué decirles
a mis manos ni las puedo mirar
Pasaba algo. Juan Gelman. Poemas. 1969.
Cuando te fuiste, negra,
se me acabó la voz
y no soy yo el que canta,
el que canta es mi dolor.
Aroma de tu pelo,
sombras de tu pasión,
los sauces de tu llanto
se inclinarán
y temblarán
buscándome la voz.
Cuando viniste, negra,
se iluminó mi sangre,
cantaron los gorriones
contra el sol de la tarde.
Cuando te fuiste, negra,
se me acabó la voz
y no soy yo el que canta,
el que canta es mi dolor.
Aroma de tu pelo,
sombras de tu pasión,
los sauces de tu llanto
se inclinarán
y temblarán
buscándome la voz.
Milonga. Julio Cortázar. Salvo el crepúsculo. 1984.
Extraño la Cruz del Sur
cuando la sed me hace alzar la cabeza
para beber tu vino negro medianoche.
Y extraño las esquinas con almacenes dormilones
donde el perfume de la yerba tiembla en la piel del aire.
Comprender que eso está siempre allá
como un bolsillo donde a cada rato
la mano busca una moneda el cortapluma el peine
la mano infatigable de una oscura memoria
que recuenta sus muertos.
La Cruz del Sur el mate amargo.
Y las voces de amigos
usándose con otros.
Notas de Julio Cortázar: «El Tata Cedrón cantó esta milonga con música de Edgardo Cantón. […] Cuando escribí este poema todavía me quedaban amigos en mi tierra; después los mataron o se perdieron en un silencio burocrático o jubilatorio, se fueron silenciosos a vivir al Canadá o a Suecia o están desaparecidos y sus nombres son apenas nombres en la interminable lista. Los dos últimos versos del poema están limados por el presente: ya ni siquiera puedo imaginar las voces de esos amigos hablando con otras gentes. Ojalá fuera así. ¿Pero de qué estarán hablando, si hablan?» (Julio Cortázar (1996). Desde el crepúsculo, 75-76. Madrid: Alfaguara).
Java. Julio Cortázar. Salvo el crepúsculo. 1984.
C’est la java de celui qui s’en va—
Nos quedaremos solos y será ya de noche.
Nos quedaremos solos mi almohada y mi silencio
y estará la ventana mirando inútilmente
los barcos y los puentes que enhebran sus agujas.
Yo diré: Ya es muy tarde.
No me contestarán ni mis guantes ni el peine,
solamente tu olor, tu perfume olvidado
como una carta puesta boca abajo en la mesa.
Morderé una manzana fumaré un cigarrillo
viendo bajar los cuernos de la noche medusa
su vasto caracol forrado en terciopelo.
Y diré: Ya es de noche
y estaremos de acuerdo, oh muebles oh ceniza
con el organillero que remonta en la esquina
los tristes esqueletos de un pez y una amapola.
C’est la java
de celui
qui s’en va—
Es justo, corazón, la canta el que se queda,
la canta el que se queda para cuidar la casa.
Veredas de Buenos Aires. Julio Cortázar. Salvo el crepúsculo. 1984.
De pibes la llamamos la vedera
y a ella le gustó que la quisiéramos.
En su lomo sufrido dibujamos
tantas rayuelas.
Después, ya más compadres, taconeando,
dimos vueltas manzana con la barra,
silbando fuerte para que la rubia
del almacén saliera a la ventana.
A mí me tocó un día irme muy lejos
pero no me olvidé de las vederas.
Aquí o allá las siento en los tamangos
como la fiel caricia de mi tierra.
Nota de Julio Cortázar: «De este texto nació un tango con música de Edgardo Cantón» (Julio Cortázar (1996). Salvo el crepúsculo, 72. Madrid: Alfaguara).
Lluvia. Raúl González Tuñón. Todos bailan. Los poemas de Juancito Caminador. 1935.
a Amparo Mom
Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa.
Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados.
Otras veces cae con furia y uno piensa en los maremotos
que se han tragado tantas espléndidas islas de extraños nombres.
De cualquier manera la lluvia es saludable y triste.
Sus tambores acunan nuestras noches y la lectura corre a su lado por los canales del sueño.
Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban.
No habían desperado todavía al amor, no sabían nada de nosotros.
De nuestro gran secreto.
Ignoraban la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos, la ternura de nuestra fatiga.
Acaso los rostros amigos, las fotografías, los paisajes
que hemos visto juntos, tantos gestos que hemos
entrevisto o sospechado, los ademanes y las
palabras de ellos. Todo, todo ha desaparecido
y estamos solos bajo la lluvia, solos en
nuestro compartido, en nuestro apretado destino,
en nuestra posible muerte única, en nuestra
posible resurrección.
Te quiero con toda la ternura de la lluvia.
Te quiero con toda la violencia de la lluvia.
Te quiero con todos los tambores de la lluvia.
Te quiero con todos los violines de la lluvia.
Aún tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada.
Recién estamos descubriendo los puentes y las casas, las ventanas y las luces, los barcos y los horizontes.
Tú estás arriba, suntuosa y bíblica, pero tan humana; increíble, pero tan real; numerosa, pero tan mía.
Oh, visitante.
Ya es seguro que ningún desvío nos separará.
Iguales luces señaleras nos atraen hacia la compartida vida, hacia el destino único.
Ni en nuestra carne ni en nuestro espíritu nunca pasaremos la línea del otoño.
Porque la intensidad de nuestro amor es tan
grande, tan poderosa, que no nos daremos cuenta
cuando todo haya muerto, cuando tú y yo
seamos dos sombras y todavía estemos pegados,
juntos, subiendo siempre la callejuela sin fin de una pasión irremediable.
Oh, visitante.
Estoy lleno de tu vida y de tu muerte.
Estoy tocado de tu destino.
Al extremo que nada te pertenece sino yo.
Al extremo de que nada me pertenece sino tú.
Sin embargo yo quería hablar de la lluvia,
igual, pero distinta, ya al caer sobre los jardines,
ya al deslizarse por los muros, ya al reflejar
sobre el asfalto las súbitas, las fugitivas luces
rojas de los automóviles, ya al inundar los barrios
de nuestra solidaridad y de nuestra congoja, los
humildes barrios de los trabajadores.
La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor
sea bello y triste, y acaso esa tristeza sea una
manera sutil de la alegría. Íntima, recóndita alegría.
Estoy tocado de tu destino.
Oh, lluvia. Oh, generosa.
Raúl González Tuñón (1977). Poesías, Félix Pita Rodríguez (selección y prólogo), 47-48. La Habana: Casa de las Américas.
Polka de la tarjeta de cartón. Raúl González Tuñón. Primer canto argentino. 1945.
I
¿Quién no conoció el peinado
que usaba Misia Felisa,
su pollera con bordado,
su cara llena de risa,
sus patios con emparrado,
sus fiestas con pericón
y quién no estuvo invitado
“con tarjeta de cartón”?
II
¿Quién no conoció la gloria
de matear bajo la parra
cuando cantaban victoria
los dedos en la guitarra,
cuando el mísero colado
salía por el balcón
porque no estaba invitado
con tarjeta de cartón?
III
Entonces un chorro fino
caía en la canaleta
haciendo su remolino
saltarín en la pileta.
Si faltaban los de al lado
se decía en la reunión
que no estaban invitados
con tarjeta de cartón.
IV
Ah, las reuniones, comadre,
comentadas por semanas.
“Five o’clock tea” de Las Ranas,
de la gente más compadre,
de los que recién llegados
ligaban un ginebrón
porque estaban invitados
con tarjeta de cartón.
V
Reuniones de rompe y raja,
de malevos orilleros
que largaban la baraja
cuando olían entreveros;
chinas empingorotadas
hacían sonar el tacón
porque estaban invitadas
con tarjeta de cartón.
VI
Farolito a Kerosén
del Almacén de Profumo,
mozos que se iban al humo
si les seguía el tren;
moños, cintas, charolados,
puro corte y confección,
porque estaban invitados
con tarjeta de cartón.
VII
Época en que se formaba
corrillo al cantor del Bajo
y Buenos Aires fumaba
cigarrillos “Vuelta Abajo”.
Patios de cielo entoldado
con estrellas de ocasión…
¡Ah, no haber sido invitado
con tarjeta de cartón!
VIII
Polka de cintura fina
y peinado a la banana,
polka que fue la mañana
de la milonga argentina;
ya terminó tu función
y yo nunca te he bailado,
pues nunca estuve invitado
con tarjeta de cartón.
Raúl González Tuñón (1989). Antología poética, Héctor Yánover (ed.), 129-131. Madrid: Visor.
La cerveza del pescador de Schiltigheim. Raúl González Tuñón. La calle del agujero en la media. 1930.
A Edmundo Guibourg y Daniel Sweitzer. París, 1929
Para que bebamos la rubia cerveza del pescador Schiltigheim.
Para que amemos Carcassonne y Chartres, Chicago y Quebec, torres y puertos.
Los blancos molinos harineros y la luz de las altas ventanas de la noche,
encendidas para los hombres de frac y para los ladrones.
Y las islas donde los Kanakas comen plátanos fritos
y bajo las palmeras, entre ágiles mulatas suenan los ukeleles.
Islas, dije, las islas, soles rojos, platillos para Darius Milhaud.
¡Tener un corazón ligero! Vale decir amar a todas las mujeres bellas.
Y una moral ligera, vale decir, andar con gitanos alegres
y dormir en un puerto un ocaso cualquiera y en otro puerto y otro
y andar con suavidad y con desenvoltura de fumador de opio.
Para que a cada paso una mañana o una emoción o una contrariedad
nos reconcilien con la vida pequeña y su muerte pequeña.
Para que un día nos queden unos cuantos recuerdos: es decir estuve,
estuve en tal pasión, en tal recodo. Estuve por ejemplo,
en la feria de Aubervilliers, una mañana, con un trozo de asado,
una amistad tranquila, la mesa clara, el perro, el buen hablar
y afuera, las verduleras de París chapoteando con los zuecos en la nieve.
Para que bebamos la rubia cerveza del pescador de Schiltigheim
es necesario no asustarse de partir y volver, camaradas. Estamos
en una encrucijada de caminos que parten y caminos que vuelven.
Raúl González Tuñón (1989). Antología poética, Héctor Yánover (ed.), 27-28. Madrid: Visor.
La calle del agujero en la media. Raúl González Tuñón. La calle del agujero en la media. 1930.
Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad
y la mujer que amo con una boina azul.
Una calle que nadie conoce ni transita.
Yo conozco la música de un barracón de feria,
barquitos en botella y humo en el horizonte.
Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad.
Ni la noche tumbada sobre el ruido del bar
ni los labios sesgados sobre un viejo cantar
ni el affiche gastado del grotesco armazón
telaraña del mundo para mi corazón.
Ni las luces que siempre se van con otros hombres
de rodillas desnudas y de brazos tendidos.
Tenía unos pocos sueños iguales a los sueños
que acarician de noche a los niños queridos.
Tenía el resplandor de una felicidad
y veía mi rostro fijado en las vidrieras
y en un lugar del mundo era un hombre feliz.
¿Conoce usted paisajes pintados en los vidrios
y muñecas de trapo con alegres bonetes
y soldaditos juntos marchando en la mañana
y carros de verdura con colores alegres?
Yo conozco una calle de una ciudad cualquiera
y mi alma tan lejana y tan cerca de mí
y riendo de la muerte y de la suerte y
feliz como una rama de viento en primavera.
El ciego está cantando. Te digo, amo la guerra.
Esto es simple, querida, como el globo de luz
del hotel en que vives. Yo subo la escalera
y la música viene a mi lado, la música.
Los dos somos gitanos de una troupe vagabunda.
Alegres en lo alto de una calle cualquiera.
alegres las campanas con una nueva voz.
Tú crees todavía en la revolución
y por el agujero que coses en la media
sale el sol y se llena todo el cuarto de sol.
Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad,
una calle que nadie conoce ni transita.
Sólo yo voy por ella con mi dolor desnudo,
sólo con el recuerdo de una mujer querida.
Está en un puerto. ¿Un puerto? Yo he conocido un puerto.
Decir: Yo he conocido, es decir: Algo ha muerto.
Raúl González Tuñón (1977). Poesías, Félix Pita Rodríguez (selección y prólogo), 16-18. La Habana: Casa de las Américas.
Canción del prestidigitador. Raúl González Tuñón. Todos bailan. Los poemas de Juancito Caminador. 1935.
Juancito Caminador…
Murió en un lejano puerto
el prestidigitador.
Poca cosa deja el muerto.
Terminada su función
—canción, paloma y baraja—
todo cabe en una caja.
Todo, menos la canción.
Ponle luto a la pianola,
al conejito, a la estrella,
al barquito, a la botella,
al botellón, a la bola.
Música de barracón
—canción, baraja y paloma—
flor de campo sin aroma.
Todo, menos la canción.
Ponle luto a la veleta,
al gallo, al reloj de cuco,
al fonógrafo, al trabuco,
al vaso y a la carpeta.
Su prestidigitación
—canción, paloma y baraja—
el tiempo humilla y ultraja.
Todo, menos la canción.
Mucha muerte a poca vida.
¡Que lo entierre de una vez
la Reina del Ajedrez
y un poeta lo despida!
Truco mágico, ilusión,
canción, baraja y paloma,
que todo en broma se toma.
Todo menos la canción.
(Transcripción propia a partir del audio de la canción y en contraste con el texto del poema; a falta de fuente escrita, la puntuación y ortografía son estimadas).
Raúl González Tuñón (1989). Antología poética, Héctor Yánover (ed.), 100-101. Madrid: Visor, 1989.
Poema de los dones. Jorge Luis Borges. El hacedor. 1960.
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden
las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esa alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.
Fundación mítica de Buenos Aires. Jorge Luis Borges. Cuarderno San Martín. 1929.
¿Y fue por este río de sueñera y de barro
que las proas vinieron a fundarme la patria?
Irían a los tumbos los barquitos pintados
entre los camalotes de la corriente zaina.
Pensando bien la cosa, supondremos que el río
era azulejo entonces como oriundo del cielo
con su estrellita roja para marcar el sitio
en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.
Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron
por un mar que tenía cinco lunas de anchura
y aún estaba poblado de sirenas y endriagos
y de piedras imanes que enloquecen la brújula.
Prendieron unos ranchos trémulos en la costa,
durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo,
pero son embelecos fraguados en la Boca.
Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.
Una manzana entera pero en mitá del campo
expuesta a las auroras y lluvias y suestadas.
La manzana pareja que persiste en mi barrio:
Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.
Un almacén rosado como revés de naipe
brilló y en la trastienda conversaron un truco;
el almacén rosado floreció en un compadre,
ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.
El primer organito salvaba el horizonte
con su achacoso porte, su habanera y su gringo.
El corralón seguro ya opinaba Yrigoyen,
algún piano mandaba tangos de Saborido.
Una cigarrería sahumó como una rosa
el desierto. La tarde se había ahondado en ayeres,
los hombres compartieron un pasado ilusorio.
Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente.
A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
la juzgo tan eterna como el agua y el aire.
El título original del poema era “La fundación mitológica de Buenos Aires”, pero Borges lo cambió por “Fundación mítica de Buenos Aires”, como el propio autor señala en Jorge Luis Borges (2011). Poesía completa, 85. Barcelona: Lumen.
Milonga de Albornoz. Jorge Luis Borges. Para las seis cuerdas. 1965.
Alguien ya contó los días,
Alguien ya sabe la hora,
Alguien para Quien no hay
ni premuras ni demora.
Albornoz pasa silbando
una milonga entrerriana;
bajo el ala del chambergo
sus ojos ven la mañana,
la mañana de este día
del ochocientos noventa;
en el bajo del Retiro
ya le han perdido la cuenta
de amores y de trucadas
hasta el alba y de entreveros
a fierro con los sargentos,
con propios y forasteros.
Se la tienen bien jurada
más de un taura y más de un pillo;
en una esquina del Sur
lo está esperando un cuchillo.
No un cuchillo sino tres,
antes de clarear el día,
se le vinieron encima
y el hombre se defendía.
Un acero entró en el pecho,
ni se le movió la cara;
Alejo Albornoz murió
como si no le importara.
Pienso que le gustaría
saber que hoy anda su historia
en una milonga. El tiempo
es olvido y es memoria.
Rima CXXVI. Lope de Vega. Rimas. 1602.
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso.
No hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso.
Huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño.
Creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño,
esto es amor, quien lo probó lo sabe.
Stupid Cupid. Luis Eduardo Aute. Animaldos. 1999.
Dios mío,
entiendo que nada
sea gratuito en tu creación.
He logrado entender
la necesidad de lo bueno,
de lo malo,
incluso de lo horrible.
Sólo una cosa no entiendo:
¿era necesaria la necesidad
de tanta necedad?
Este poema apela a Dios preguntándose por el origen de la estupidez como sucede con el poema posterior que reelabora sobre el mismo tema «De todo hay».
De todo hay. Luis Eduardo Aute. No hay quinto aniMaLo : (poemigas y dibujos, 2006-2010). 2010.
Hay dos cosas infinitas: el Universo
y la estupidez humana.
Albert Einstein
De todo hay,
en la viña del Señor:
príncipes en los charcos
y sapos en los palacios,
estrellas en los pozos
y gusanos en las nubes,
payasos en la Academia
y poetas en el circo,
demonios en la Iglesia
y ángeles en el prostíbulo,
señores en la cárcel
y criminales en el Poder,
piratas en el desierto
y camellos en el mar,
murciélagos videntes
y luciérnagas sin luz…
De todo hay,
y bueno es que así sea.
Sólo una cosa
no me cabe en la cabeza:
tantísima sobredosis
de sub-lime
estulticia.
Villancico en Central Park. José Hierro. Cuaderno de Nueva York. 1997.
Mañanicas floridas
del frío invierno
recordad a mi niño
que duerme al hielo.
Lope de Vega
Vistió la noche, copo a copo,
pluma a pluma,
lo que fue llama y oro,
cota de malla del guerrero otoño
y ahora es reino de la blancura.
¿Qué hago yo, profanando, pisando
tan fragilísimo plumaje?
Y arranco con mis manos
un puñado, un pichón de nieve,
y con amor, y con delicadeza y con ternura
lo acaricio, lo acuno, lo protejo.
Para que no llore de frío.
Aunque habitualmente se suele señalar que la publicación original de Cuaderno de Nueva York, donde está contenido este poema, es 1998 (editorial Hiperión), existió una edición anterior en EE. UU. (Ediciones Entre Amigos, 1997).
Junto al mar. José Hierro. Quinta del 42. 1952.
Si muero, que me pongan desnudo,
desnudo junto al mar.
Serán las aguas grises mi escudo
y no habrá que luchar.
Si muero que me dejen a solas.
El mar es mi jardín.
No puede, quien amaba las olas,
desear otro fin.
Oiré la melodía del viento,
la misteriosa voz.
Será por fin vencido el momento
que siega como hoz.
Que siega pesadumbres. Y cuando
la noche empiece a arder,
Soñando, sollozando, cantando,
yo volveré a nacer.
A la inmensa mayoría. Blas de Otero. Pido la paz y la palabra. 1955.
Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos su versos.
Así es, así fue. Salió una noche
echando espuma por los ojos, ebrio
de amor, huyendo sin saber adónde:
a donde el aire no apestase a muerto.
Tiendas de paz, brizados pabellones,
eran sus brazos, como llama al viento;
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.
¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces
en vuelo horizontal cruzan el cielo;
horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.
Yo doy todos mis versos por un hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad. Bilbao, a once
de abril, cincuenta y uno.
[Yo]. Clara Janés. Libro de alienaciones. 1980.
Yo
aún
aquí
la mente
perforada
mientras
tibia
devuelve
la arena
sirenas
al oído
y pulso
a las muñecas
y nudo
a la garganta
El poema aparece en la página 39 de este libro.
[Hay tantísimos caminos]. José Bergamín. Apartada orilla (1971-1972). 1976.
Hay tantísimos caminos
que van a donde no van
que por cualquiera que vayas
todos te equivocarán
Caminos que serpentean
al subir como al bajar
y se tuercen en lo llano
para poderse alargar
Son caminos de silencio;
Caminos de soledad;
Caminos descaminados
Que engañan tu caminar.
Este poema también aparece en Poesías [7 volúmenes], en el tomo Poesía III, Ediciones Turner, 1983-84, p. 73.
Caminando. Nicolas Guillén. Cantos para soldados y sones para turistas. 1937.
A Ñico López
Caminando, caminando,
caminando!
Voy sin rumbo caminando,
caminando;
voy sin plata caminando,
caminando;
voy muy triste caminando,
caminando!
Está lejos quien me espera,
caminando;
quien me busca está más lejos,
caminando;
y ya empeñé mi guitarra,
caminando!
Ay,
las piernas se ponen duras,
caminando;
los ojos ven desde lejos,
caminando;
la mano agarra y no suelta,
caminando.
Al que yo coja y lo apriete,
caminando,
ése la paga por todos,
caminando.
A ése, le parto el pescuezo,
caminando;
y aunque me pida perdón,
me lo como y me lo bebo,
me lo bebo y me lo como,
caminando,
caminando,
caminando!
Endecha española. María Elena Walsh. El buen modo. 1975.
Calles de Puñonrrostro, de la Luna,
de Bordadores y de Mira el Sol,
de Molinos de Viento y las Hileras,
de la Flor Alta, de ¡Válgame Dios!
Mi Glorieta del Ángel Caído, en el Retiro.
Patio con tiestos en Sotomayor.
Aldeas de Tembleque, Almendralejo,
Madrigal de las Altas Torres, Santocraz.
Fuentesaúco, Pedrosillo de los Aires,
Martinamor, Santillana del Mar.
Navarredonda de la Rinconada,
Cadalso de los Vidrios, Almazán.
Alto de los Leones de Castilla.
Ojos Albos, Motilla del Palancar.
Madraza del idioma, España mía
te venere yo ahora y en la hora
de morirme de amor por las palabras
“Luciérnaga curiosa que verá”.
Ay paloma
que bajas a la Rambla
de Barcelona
con la muerte en las alas,
sola.
Ay cigüeña
que sobre un campanario
por Valdepeñas,
asoleando tu nido,
sueñas.
Fui peregrina feliz
de luz española,
después, con muerte en el alma,
ave que se desploma.
Tanto amor quién me lo quita.
Tanta dicha quién me roba.
Golondrinas
que volverán oscuras
siempre a Sevilla
dibujando en el cielo:
“Rimas”.
Ay gaviota,
San Fernando de Cádiz,
deslumbradora,
te esperó como blanca
proa.
Fui peregrina feliz
de luz española,
después, con muerte en el alma,
ave que se desploma.
Tanto amor quién me lo quita.
Tanta dicha quién me roba.
Antes de que se publicara en un libro, María Elena Walsh graba este texto en un disco titulado «El buen modo» de 1975 publicado con Microfon (Argentina). Esta canción no está recogida en esta base de datos dado que se sale de los criterios marcados para el archivo.
En 1994 se publica esta letra en un libro titulado Las canciones, que ha sido utilizado para realizar esta ficha.
XXV. Manuel Rodríguez. Cueca. Pablo Neruda. Canto General. 1950.
XXV
MANUEL RODRIGUEZ
CUECA
Señora, dicen que donde,
mi madre dicen, dijeron,
el agua y el viento dicen
que vieron al guerrillero.
VIDA
Puede ser un obispo,
puede y no puede,
puede ser sólo el viento
sobre la nieve:
sobre la nieve, sí,
madre, no mires,
que viene galopando
Manuel Rodríguez.
Ya viene el guerrillero
por el estero.
CUECA
PASION
Saliendo de Melipilla,
corriendo por Talagante,
cruzando por San Fernando,
amaneciendo en Pomaire.
Pasando por Rancagua,
por San Rosendo,
por Cauquenes, por Chena,
por Nacimiento:
por Nacimiento, sí,
desde Chiñigüe,
por todas partes viene
Manuel Rodríguez.
Pásale este clavel.
Vamos con él.
CUECA
Que se apague la guitarra,
que la patria está de duelo.
Nuestra tierra se oscurece.
Mataron al guerrillero.
Y MUERTE
En Til-Til lo mataron
los asesinos,
su espalda está sangrando
sobre el camino:
sobre el camino, sí.
Quien lo diría,
el que era nuestra sangre,
nuestra alegría.
La tierra está llorando.
Vamos callando.
Hombre pequeñito. Alfonsina Storni. Irremediablemente. 1919.
Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
Suelta a tu canario que quiere volar…
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
Déjame saltar.
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
Hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
Ni me entenderás.
Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
Abreme la jaula que quiero escapar;
Hombre pequeñito, te amé media hora,
No me pidas más.
En la línea 10, el texto original no tiene acento en «Ábreme», sirva esta aclaración para evitar dudas sobre la ortografía original.
La huelga. Pablo Neruda. Canto General. 1950.
Fui más allá del oro:
entré en la huelga.
Allí duraba el hilo delicado
que une a los seres, allí la cinta pura
del hombre estaba viva.
La muerte los mordía,
el oro, ácidos dientes y veneno
estiraba hacia ellos, pero el pueblo
puso sus pedernales en la puerta,
fue terrón solidario que dejaba
transcurrir la ternura y el combate
como dos aguas paralelas
hilos
de las raíces, olas de la estirpe.
Vi la huelga en los brazos reunidos
que apartan el desvelo
y en una pausa trémula de lucha
vi por primera vez lo único vivo!
La unidad de las vidas de los hombres.
En la cocina de la resistencia
con sus fogones pobres, en los ojos
de las mujeres, en las manos insignes
que con torpeza se inclinaban
hacia el ocio de un día
como en un mar azul desconocido,
en la fraternidad del pan escaso,
en la reunión inquebrantable, en todos
los gérmenes de piedra que surgían
en aquella granada valerosa
elevada en la sal del desamparo,
hallé por fin la fundación perdida,
la remota cuidad de la ternura.
Para esta transcripción se ha utilizado el volumen Obras completas (Tercera edición aumentada) de Editoral Losana (Buenos Aires, 1973).
Para Tomasa Figueredo. José Martí. Obras completas (Tomo 17). 1892.
No sé qué tienen las flores,
lindísima bayamesa,
que unas se secan muy pronto;
que hay otras que no se secan.
De blancas flores un ramo
ayer me diste en tu casa,
y hoy las fui a ver, niña mía,
y las encontré más blancas.
Así como el alma en pena,
como un clavel amarillo,
besa tu mano y el alma
se pone color de lirio.
El poema original fue escrito por José Martí en la parte posterior de un retrato de sí mismo que él regaló a Tomasa Figueredo (Obras completas (Tomo 17), página 210). Se fecha del 7 de diciembre de 1892 en Cayo Hueso, Florida, EE.UU.
Te recuerdo como eras en el último otoño. Pablo Neruda. Veinte poemas de amor y una canción desesperada. 1924.
Te recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo.
Y las hojas caían en el agua de tu alma.
Apegada a mis brazos como una enredadera,
las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.
Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina gris, voz de pájaro, y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis besos alegres como brasas.
Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!
Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.
Se ma marcado como título el primer verso del poema.
Campo de amor. Blas de Otero. Que trata de España. 1964.
Si me muero, que sepan que he vivido
luchando por la vida y por la paz.
Apenas he podido con la pluma,
apláudanme el cantar.
Si me muero, será porque he nacido
para pasar el tiempo a los de atrás.
Confío que entre todos dejaremos
al hombre en su lugar.
Si me muero, ya sé que no veré
naranjas de la china, ni el trigal.
He levantado el rastro, esto me basta.
Otros ahecharán.
Si me muero, que no me mueran antes
de abriros el balcón de par en par.
Un niño, acaso un niño, está mirándome
el pecho de cristal.
Es tan poco. Mario Benedetti. Canciones del mas acá. 1988.
Lo que conoces
es tan poco
lo que conoces
de mi
lo que conoces
son mis nubes
son mis silencios
son mis gestos
lo que conoces
es la tristeza
de mi casa vista de afuera
son los postigos de mi tristeza
el llamador de mi tristeza.
Pero no sabes nada
Nada
a lo sumo
piensas a veces
que es tan poco
lo que conozco
de ti
lo que conozco
sea tus nubes
tus silencios
tus gestos
lo que conozco
es la tristeza
de tu casa vista de afuera
son los postigos de tu tristeza
el llamador de tu tristeza.
Pero no llamas.
Pero no llamo.
Mario Benedetti escribe este texto como canción para Soledad Bravo. Por lo que apareció primero grabada en 1975. Dicha canción ha sido después publicada en el cancionero recogido en esta ficha, Canciones del más acá.
Volver a los 17. Violeta Parra. Las últimas composiciones. 1966.
Volver a los diecisiete
después de vivir un siglo
es como descifrar signos
sin ser sabio competente,
volver a ser de repente
tan frágil como un segundo,
volver a sentir profundo
como un niño frente a Dios,
eso es lo que siento yo
en este instante fecundo.
Mi paso retrocedido
cuando el de ustedes avanza,
el arco de las alianzas
ha penetrado en mi nido,
con todo su colorido
se ha paseado por mis venas
y hasta la dura cadena
con que nos ata el destino
es como un diamante fino
que alumbra mi alma serena.
Lo que puede el sentimiento
no lo ha podido el saber,
ni el más claro proceder
ni el más ancho pensamiento,
todo lo cambia el momento
cual mago condescendiente,
nos aleja dulcemente
de rencores y violencias,
sólo el amor con su ciencia
nos vuelve tan inocentes.
El amor es torbellino
de pureza original,
hasta el feroz animal
susurra su dulce trino,
detiene a los peregrinos,
libera a los prisioneros,
el amor con sus esmeros
al viejo lo vuelve niño
y al malo sólo el cariño
lo vuelve puro y sincero.
De par en par la ventana
se abrió como por encanto,
entró el amor con su manto
como una tibia mañana,
al son de su bella diana
hizo brotar el jazmín,
volando cual serafín
al cielo le puso aretes
y mis años en diecisiete
los convirtió el querubín.
Se va enredando, enredando,
como en el muro la hiedra,
y va brotando, brotando,
como el musguito en la piedra.
Ay sí sí sí
aay sí sí sí.
Este texto aparece primero como canción en el álbum de Violeta Parra Las últimas composiciones de 1966. Esta canción no está recogida en esta base de datos dado que se sale de los criterios marcados para el archivo.
Luego, el texto ha circulado como poema en diversas antologías, entre las que se encuentra la seleccionada para esta ficha. Se trata de un libro editado por Juan Andrés Piña titulado 21 son los dolores, publicado en Santiago con la editorial Los Andes en 1992 (pp. 17-18).
Miedo. Gabriela Mistral. Ternura. 1924.
Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan;
se hunde volando en el Cielo
y no baja hasta mi estera;
en el alero hace nido
y mis manos no la peinan.
Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan.
Yo no quiero que a mi niña
la vayan a hacer princesa.
Con zapatitos de oro
¿cómo juega en las praderas?
Y cuando llegue la noche
a mi lado no se acuesta…
Yo no quiero que a mi niña
la vayan a hacer princesa.
Y menos quiero que un día
me la vayan a hacer reina.
La subirían al trono
a donde mis pies no llegan.
Cuando viniese la noche
yo no podría mecerla…
¡Yo no quiero que a mi niña
me la vayan a hacer reina!
Para esta ficha se ha utilizado la tercera edición de Espasa Calpe (Argentina, 1946). El poema «Miedo» aparece en la página 93. Las dos ediciones anteriores de Espasa Calpe son de 1945.
[Me llamo barro aunque Miguel me llame]. Miguel Hernández. El rayo que no cesa. 1936.
Me llamo barro aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.
Soy un triste instrumento del camino.
Soy una lengua dulcemente infame
a los pies que idolatro desplegada.
Como un nocturno buey de agua y barbecho
que quiere ser criatura idolatrada,
embisto a tus zapatos y a sus alrededores,
y hecho de alfombras y de besos hecho
tu talón que me injuria beso y siembro de flores.
Coloco relicarios de mi especie
a tu talón mordiente, a tu pisada,
y siempre a tu pisada me adelanto
para que tu impasible pie desprecie
todo el amor que hacia tu pie levanto.
Más mojado que el rostro de mi llanto,
cuando el vidrio lanar del hielo bala,
cuando el invierno tu ventana cierra
bajo a tus pies un gavilán de ala,
de ala manchada y corazón de tierra.
Bajo a tus pies un ramo derretido
de humilde miel pataleada y sola,
un despreciado corazón caído
en forma de alga y en figura de ola.
Barro en vano me invisto de amapola,
barro en vano vertiendo voy mis brazos,
barro en vano te muerdo los talones,
dándote a malheridos aletazos
sapos como convulsos corazones.
Apenas si me pisas, si me pones
la imagen de tu huella sobre encima,
se despedaza y rompe la armadura
de arrope bipartido que me ciñe la boca
en carne viva y pura,
pidiéndote a pedazos que la oprima
siempre tu pie de liebre libre y loca.
Su taciturna nata se arracima,
los sollozos agitan su arboleda
de lana cerebral bajo tu paso.
Y pasas, y se queda
incendiando su cera de invierno ante el ocaso,
mártir, alhaja y pasto de la rueda.
Harto de someterse a los puñales
circulantes del carro y la pezuña,
teme del barro un parto de animales
de corrosiva piel y vengativa uña.
Teme que el barro crezca en un momento,
teme que crezca y suba y cubra tierna,
tierna y celosamente
tu tobillo de junco, mi tormento,
teme que inunde el nardo de tu pierna
y crezca más y ascienda hasta tu frente.
Teme que se levante huracanado
del blando territorio del invierno
y estalle y truene y caiga diluviado
sobre tu sangre duramente tierno.
Teme un asalto de ofendida espuma
y teme un amoroso cataclismo.
Antes que la sequía lo consuma
el barro ha de volverte de lo mismo.
[Si yo nací campesino]. Rafael Alberti. Marinero en tierra. 1925.
Si yo nací campesino,
si yo nací marinero,
¿por qué me tenéis aquí,
si este aquí yo no lo quiero?
El mejor día, ciudad
a quien jamás he querido,
el mejor día —¡silencio!—
habré desaparecido.
—
El paso de la siguiriya. Federico García Lorca. Poema del cante jondo. 1931.
Entre mariposas negras,
va una muchacha morena
junto a una blanca serpiente
de niebla.
Tierra de luz,
cielo de tierra.
Va encadenada al temblor
de un ritmo que nunca llega,
tiene el corazón de plata
y un puñal en la diestra.
¿A dónde vas, siguiriya,
con un ritmo sin cabeza?
¿Qué luna recogerá
tu dolor de cal y adelfa?
Tierra de luz,
cielo de tierra.
El libro estaba en lo esencial escrito en 1921, pero se publicó en 1931.
24 de diciembre. Gloria Fuertes. Historia de Gloria (Amor, humor y desamor). 1980.
A una mujer de alterne
(alias) Sor Telaraña del Portal de Belén.
Humilde hermana monja
de hábito raído y toca de retales,
humilde princesita de Jesús descalza
descalza en sus portales.
Desahuciada de la burguesía
emigrada de centros y hospitales,
dada de alta,
porque alta eres y estarás en altares.
Garrapata de Cristo,
luciérnaga en los bares,
vas haciendo milagros por donde pasas
¿sabes?
(No lo sabes.)
Yo quisiera imitarte,
(a veces me creo que soy tú)
Telaraña del Portal de Belén,
la más humilde sierva andante.
monja de amor al alba
amante de mi amante.
En Historia de Gloria (Amor, humor y desamor) está incluido otro poema con el mismo título, 24 de diciembre, que no guarda relación con el aquí transcrito.
Canción del negro. Gloria Fuertes. Historia de Gloria (Amor, humor y desamor). 1980.
Yo nací negro y libre en África del Sur,
yo vivo negro y libre en la América del Norte.
Los blancos me quitaron la libertad
pero no pudieron contra mi piel,
yo sigo negro y libre en la América del Norte.
Mis abuelos del África del Sur
aún rizan el cabello de mis hijos
en el vientre de mi mujer.
Yo nací negro y libre en el África del Sur,
ahora soy un ciudadano norteamericano.
Tengo que seguir siendo fuerte, negro y libre
y nunca contar a mis hijos que sus amigos
son biznietos de los que me hicieron esclavo.
Casida de las palomas oscuras. Federico García Lorca. Diván del Tamarit. 1940.
A Claudio Guillén
Por las ramas del laurel
vi dos palomas oscuras:
La una era el sol,
la otra la luna.
Vecinita; les dije:
¿dónde está mi sepultura?
En mi cola, dijo el sol,
en mi garganta, dijo la luna.
Y yo que estaba caminando
con la tierra por la cintura
vi dos águilas de nieve
y una muchacha desnuda.
La una era la otra
y la muchacha era ninguna.
Aguilitas; les dije:
¿dónde está mi sepultura?
En mi cola, dijo el Sol;
en mi garganta, dijo la Luna.
Por las ramas del laurel
vi dos palomas desnudas.
La una era la otra
y las dos eran ninguna.
El poemario fue escrito presumiblemente entre 1931 y 1934, y la Universidad de Granada llegó a preparar una edición que iba a publicarse en 1934 o 1935, pero no pasó de pruebas de imprenta y no llegó a publicarse. Hubo una musicalización anterior a 1975, por eso no recogida en esta base de datos: Paco Ibáñez (Paco Ibañez – 1. Poemas de Federico García Lorca y Luis de Góngora, 1964).