Donde habita el olvido
Cuando se despertó,
no recordaba nada
de la noche anterior,
“demasiadas cervezas”,
dijo al ver mi cabeza
al lado de la suya, en la almohada…
y la besé otra vez,
pero ya no era ayer
sino mañana.
Y un insolente sol,
como un ladrón, entró
por la ventana.
El día que llegó
tenía ojeras malvas
y barro en el tacón,
desnudos, pero extraños,
nos vio, roto el engaño
de la noche, la cruda luz del alba.
Era la hora de huir
y se fue sin decir
“llámame un día”.
Desde el balcón la vi
perderse en el trajín
de la Gran Vía.
Y la vida siguió
como siguen las cosas que no
tienen mucho sentido,
una vez me contó,
un amigo común, que la vio
donde habita el olvido.
La pupila archivó
un semáforo rojo,
una mochila, un peugeot
y aquellos ojos
miopes
y la sangre al galope
por mis venas
y una nube de arena
dentro del corazón
y esta racha de amor
sin apetito.
Los besos que perdí,
por no saber decir
“te necesito”.
Y la vida siguió
como siguen las cosas que no
tienen mucho sentido,
una vez me contó
un amigo común, que la vio
donde habita el olvido.
[Letra tomada de Joaquín Sabina, Con buena letra (Madrid: Temas de Hoy, 2002), p. 196]
Detalles discográficos
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El título de la canción de Sabina, que se repite en el estribillo, se inspira en el libro de Luis Cernuda, Donde habite el olvido (1934) y en el poema homónimo ahí incluido; a su vez, ambos se remontan a la rima LXVI de Gustavo Adolfo Bécquer, cuando este, ante la pregunta de «¿A dónde voy?», responde: «donde habite el olvido, / allí estará mi tumba». Nótese que en los textos de Bécquer y Cernuda se usa olvidar en presente de subjuntivo, mientras que Sabina lo usa en indicativo.