El nazareno – Esmeralda Grao
Se horrorizan los ancianos, se conmueven las doncellas
enseñando las pupilas tras los mantos y los velos
anegadas por el llanto. Y las masas por los suelos
caen mostrando, de temores y dolor en la faz, huellas.
Enmudecen los clarines; no se escuchan las querellas
de tristísimas saetas, ni la voz de los abuelos
que pidiendo van por Cristo. Y en el rostro de los cielos
como lágrimas enormes se estremecen las estrellas.
Reina un hórrido silencio que es tan sólo interrumpido
por redobles de tambores y algún lúgubre gemido
que se sube hasta los labios desde un pecho de fe lleno… [Verso x 2]
Y entre mil encapuchados con mil llamas de mil cirios,
con las carnes desgarradas aún más pálidas que lirios.
Enmudecen los clarines; no se escuchan las querellas
de tristísimas saetas, ni la voz de los abuelos
que pidiendo van por Cristo. Y en el rostro de los cielos
como lágrimas enormes se estremecen las estrellas.
Y entre mil encapuchados con mil llamas de mil cirios,
con las carnes desgarradas aún más pálidas que lirios
y la cruz…
la cruz sobre los hombros, cruza…
cruza, humilde, el Nazareno.
(Transcripción propia a partir del audio y el poema original de Miguel Hernández; la puntuación y ortografía son estimadas)
La última parte está cantada a modo de saeta, en sintonía con la temática de paso de Semana Santa.