Matilde Urbach
Amor me hirió de un último flechazo
que para mí guardaba en su carcaj,
de suerte que fui aquel en cuyo abrazo
desfallecía, ay, Matilde Urbach.
Aún sueño con sus párpados dormidos,
contra mi cuello aún siento su perfil,
aún en mi alma, aún en mis sentidos
gimen sus ecos, grita el mes de abril.
Y atormentaban los celos al rey
y aún lo atormentan, pese a su ley.
Aún atormentan los celos al rey.
Su ley dictó, tachó de abominable,
de ir contra él, amor tan desigual,
a ella la acusó de deseable,
a mí me condenó por irreal.
Nos envió sus fuerzas poderosas
con la consigna de ir a contraamor,
su orden real –adiós ramos de rosas,
adiós canción– impuso su rigor.
Y atormentaban los celos al rey
y aún lo atormentan, pese a su ley.
Aún atormentan los celos al rey.
Matilde Urbach ya es madre de princesas,
yo, en el exilio, soy más viejo aún,
divago por caminos sin promesas
y mi desidia es un lugar común.
Hay otra realidad en esta historia:
yo fui aquel, ah, sí, yo fui aquel.
Matilde Urbach lo guardaba en su memoria,
lo sé muy bien. También lo sabe él.
Y atormentaban los celos al rey
y aún lo atormentan, pese a su ley.
Aún atormentan los celos al rey.
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A partir del dístico de Borges titulado «Le regret d’Héraclite», Javier Krahe edifica una historia donde, introduciéndose a sí mismo como personaje (juego metaficcional muy común en la obra de Krahe), rememora su historia de amor con el misterioso personaje del ya mentado poema: Matilde Urbach.