Imagen de tu huella – Miguel Hernández
I
Astros momificados y bravíos
sobre cielos de abismos y barrancas,
como densas coronas de carlancas
y de erizados pensamientos míos.
Bajo la luz mortal de los estíos,
zancas y uñas se os ponen oriblancas,
y os azuzáis las uñas y las zancas
¡en qué airados y eternos desafíos!
¡Qué dolor vuestro tacto y vuestra vista!
intimidáis los ánimos más fuertes,
anatómicas penas vegetales.
Todo es peligro de agresiva arista,
sugerencia de huesos y de muertes,
inminencia de hogueras y de males.
II
Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,
que son dos hormigueros solitarios,
y son mis manos sin las tuyas varios
intratables espinos a manojos.
No me encuentro los labios sin tus rojos,
que me llenan de dulces campanarios,
sin ti mis pensamientos son calvarios
criando cardos y agostando hinojos.
No sé qué es de mi oreja sin tu acento,
ni hacia qué polo yerro sin tu estrella,
y mi voz sin tu trato se afemina.
Los olores persigo de tu viento
y la olvidada imagen de tu huella,
que en ti principia, amor, y en mí termina.
III
Ya se desembaraza y se desmembra
el angélico lirio de la cumbre,
y al desembarazarse da un relumbre
que de un puro relámpago me siembra.
Es el tiempo del macho y de la hembra,
y una necesidad, no una costumbre,
besar, amar en medio de esta lumbre
que el destino decide de la siembra.
Toda la creación busca pareja:
se persiguen los picos y los huesos,
hacen la vida par todas las cosas.
En una soledad impar que aqueja,
yo entre esquilas sonantes como besos
y corderas atentas como esposas.
IV
Pirotécnicos pórticos de azahares,
que glorifican los ruy-señores
pronto con sus noctámbulos amores,
conciertan los amargos limonares.
Entusiasman los aires de cantares
fervorosos y alados contramores,
y el giratorio mundo va a mayores
por arboledas, campos y lugares.
La sangre está llegando a su apogeo
en torno a las criaturas, como palma
de ansia y de garganta inacabable.
¡Oh, primavera verde de deseo,
qué martirio tu vista dulce y alma
para quien anda a solas miserable!
Estos cuatro sonetos, con el título común de Imagen de tu huella, los compuso Miguel Hernández por las mismas fechas que El rayo que no cesa y El silbo vulnerado (1934-1935), pero no llegaron nunca a publicarse como parte de estos libros. Las musicalizaciones existentes parten del segundo soneto, «Mis ojos sin tus ojos». Hubo una primera versión de este soneto a cargo de Pedro Ávila en su álbum El nuevo hombre cantado (1971); sin embargo, por ser anterior a 1975, esta versión no está recogida en esta base de datos.