Consejos para un galán

La Palestra

Haz a la dama un día la vergüenza perder,
esto es muy importante, si la quieres tener,
una vez que no tiene vergüenza la mujer,
hace más diabluras de las que ha menester.

 

Talante de mujeres, ¿quién lo puede entender?
Su maestría es mala, mucho su malsaber.
Cuando están encendidas y el mal quieren hacer
el alma y cuerpo y fama, todo echan a perder.

 

No abandones tu dama, no dejes que esté quieta,
siempre requieren uso mujer, molino y huerta;
no quieren en su casa pasar días de fiesta,
no quieren el olvido; cosa probada y cierta.

 

Es cosa bien segura: molino andando gana,
huerta mejor labrada da la mejor manzana,
mujer bien requerida anda siempre lozana;
con estas tres verdades no obrarás cosa vana.

 

Dejó uno a su mujer (te contaré la hazaña;
si la estimas en poco, cuéntame otra tamaña).
Era don Pitas Payas un pintor de Bretaña,
casó con mujer joven que amaba la compaña.

 

Antes del mes cumplido dijo él: —Señora mía,
a Flandes quiero ir, regalos portaría—.
Dijo ella: —Monseñer, escoged vos el día,
mas no olvidéis la casa ni la persona mía—.

 

Dijo don Pitas Payas: —Dueña de la hermosura,
yo quiero en vuestro cuerpo pintar una figura
para que ella os impida hacer cualquier locura—.
Dijo ella: —Monseñer, haced vuestra mesura—.

 

Pintó bajo su ombligo un pequeño cordero
y marchó Pitas Payas cual nuevo mercadero;
estuvo allá dos años, no fue azar pasajero.
Cada mes a la dama parece un año entero.

 

Hacía poco tiempo que ella estaba casada,
y había con su esposo hecho poca morada;
un amigo tomó y estuvo acompañada,
deshízose el cordero, ya de él no queda nada.

 

Cuando supo la dama que venía el pintor,
muy de prisa llamó a su nuevo amador;
dijo que le pintara, cual supiese mejor,
en aquel lugar mismo un cordero menor.

 

Pero con la gran prisa pintó un señor carnero,
cumplido de cabeza, con todo un buen apero.
Luego, al día siguiente, vino allí un mensajero:
que ya don Pitas Payas llegaría ligero.

 

Cuando al fin el pintor de Flandes fue venido,
su mujer, desdeñosa y fría le ha recibido:
cuando ya en su mansión con ella se ha metido,
la señal que pintara no ha echado en olvido.

 

Dijo don Pitas Payas: -Madona, perdonad,
mostradme la figura y tengamos solaz.
—Dijo ella: —Monseñer, vos mismo la mirad:
todo lo que quisieres hacer, hacedlo audaz.

 

Miró don Pitas Payas el sabido lugar
y vio aquel gran carnero con armas de prestar.
—¿Cómo, madona, es esto? ¿Cómo puede pasar
que yo pinté un cordero y encuentro este manjar?—.

 

Como en estas razones es siempre la mujer
sutil y mal sabida, dijo: —¿Qué, Monseñer?
¿Petit corder, dos años, no se ha de hacer carner?
Si no tardáseis tanto aún sería corder—.

 

Por tanto, ten cuidado, no abandones la pieza,
no seas Pitas Payas, para otro no se cueza;
incita a la mujer con gran delicadeza
y si promete al fin, guárdate de tibieza.