La palmera levantina
La palmera levantina,
la columna que camina.
La palmera… La palmera…
La palmera levantina,
la que otea la marina,
la mediterránea era.
La que atrapa la primera
ráfaga de primavera,
la primera golondrina.
La que araña los luceros
y se ciñe los encajes
de las nubes a los zancos datileros.
La que brinda sol en grano al verderol.
La que se arroja de bruces contra el Sol.
El magnífico incensario
que se mece solitario.
La palmera… La palmera…
Al final de una colina,
contra azul extraordinario…
¡La palmera levantina!
La palmera lo primero
que ve el ojo marinero
de los mares de Levante.
La palmera la que encuna
al arcángel de la luna.
¡La palmera de Alicante!
Vedla, fina,
palpitar en el confín.
Vedla, presa, en la retina
de Azorín.
La palmera… La palmera…
Como manos compañeras,
al dejar mis anchos valles
y marchar de una mentira bella en pos,
como manos,
desde fondos de horizontes y colinas
me dijeron las palmeras
levantinas:
“¡Adiós!”.
(Transcripción propia a partir del audio y el poema original de Miguel Hernández; la puntuación y ortografía son estimadas)
Detalles discográficos
Poema relacionado
Comentarios
Joan Manuel Serrat solo escoge algunos de los versos del poema. En este, Miguel Hernández, además de exaltar el paisaje del Levante español y de Alicante a través de la palmera, presenta a algunos de sus autores admirados: Virgilio, Azorín, Gabriel Miró y Heine. De estos cuatro autores, Serrat solo deja la mención a Azorín, tal vez por considerar que es el más conocido o familiar a los oídos de sus oyentes.